lunes, 28 de mayo de 2007

Una semana

Hoy sopla el viento y a punto ha estado de barrer y limpiar la casa de todos que tenemos aquí. No es posible una limpieza completa y, aun tocados, los que han especulado siguen, ayudados ahora por los que estaban al acecho, ganapanes y oportunistas.

El viento, no obstante, trae otras cosas. Oportunidades nuevas: dos o tres en tan sólo una semana. Y en la que empieza, un cambio de escenario. Me voy, no muy lejos, para hablar de Vincencio Juan de Lastanosa y sus jardines. Amigo y mentor de Gracián, fue un erudito de su tiempo. Será un soplo más, de aires pirenaicos, para terminar de barrer todas estas miserias que se han visto últimamente. Anticipo una buena semana. La que faltaré de aquí. Prometo volver.

(del diario de un jardinero, mayo de 2007)

lunes, 21 de mayo de 2007

¿Qué decir?

En medio del horror del Líbano que apenas hace olvidar lo de Irak que apenas hace olvidar lo de Darfur que apenas hace olvidar lo de Chechenia que apenas hace olvidar lo de... dos noticias me hielan definitivamente la sonrisa de este lunes.

Aun recuperable en parte su maderamen, el incendio del Cutty Sark. Velas desplegadas, Conrad (este año, más), innumerables puertos con nombres que alimentan nuestros sueños, gentes, mercados abigarrados, olores... Proezas y miserias humanas, en definitiva. Un mundo que desapareció con el vapor pero que sigue con nosotros gracias a Stevenson y a tantos otros.

Y también, la para los rabinos mezcla indecente de Gossypium hirsutum y Linum usitatissimum, malvácea y linácea, respectivamente, que tan sólo dos taxones más arriba (un vecindario más bien próximo en términos evolutivos y clasificatorios) se unen en una misma clase, la de las magnoliópsidas. Parece un requiem, en este mundo enloquecido y cada vez más supersticioso, para el siempre malentendido Darwin. ¡Si Stephen Jay levantara la cabeza!

(del diario de un jardinero, mayo de 2007)

jueves, 10 de mayo de 2007

Siempre incompleta

La felicidad nunca es completa, no. Después de una visita a un jardín que nos va a servir (prefiero creerlo así, el tiempo se encargará de rebajar las esperanzas) para albergar una buena colección botánica, entramos en el edificio.

Olía a comida, al fin y al cabo ha sido seminario y sigue valiendo todavía como refugio para colegios y gentes de paso. Pasillos luminosos, olor a fregaza y puertas que dejan entrever recovecos que nadie visita. Un televisor en marcha en una habitación vacía. Un atisbo de la sacristía, con un largo estante de adornos hechos con rosas de plástico para las ocasiones grandes. Una mirada a la capilla, que huele, como olían todas, a cera y aire cerrado. El salón de actos, vacío, sin sillas, sin colgaduras. Una pizarra con un pentagrama vacío. Un piano alemán de pared, desvencijado que tiene las teclas descascarilladas. Me atrevo a pulsar alguna. Suena.

Y de pronto, una sala de techo alto y mucho polvo. La biblioteca. Anaqueles, baldas medio caídas, desolación. Muchos libros, todavía con cierto orden. Miro los estantes de filosofía. En ellos se cuelan también, es inevitable en un seminario, algunos tomos de teología, historia de la iglesia, mariología. En medio de tanto volumen de lomo destrozado y tejuelos ilegibles, saltan algunos títulos, algunos nombres que invitan a hojear, a detenerse en la lectura. Algunas obras traducidas de Georg Simmel, el filósofo alemán que formuló una filosofía del paisaje. El Fedón platónico en una edición en griego. Algo de Balmes, Ortega. No veo a Descartes, Kant, Hegel. Sería mucho pedir. La demás estanterías andan igual. Tendrán algunas joyas y mucho relleno.

Ya saliendo, tres tomos encuadernados en azul, numerados: I, II, III. Los abro. Quiero creer que hay en ellos algo que me obliga a hacerlo. Son los primeros números de Papeles de Son Armadans, año 1959. Supongo que valen dinero, pero sobre todo me llaman la atención por lo que fueron. Quisiera llevármelos, al menos uno de ellos. Sería un recuerdo perfecto de este lugar que va a desaparecer enseguida. Van a venderlos a un librero de viejo que los pagará al peso, sin mirar, y luego clasificará y revenderá. Algunos libros antiguos, del XIX o incluso antes, muy caros.

Nadie me ve, puedo hacerlo. Pero no me atrevo.

Salgo con las manos vacías y sucias de polvo. Quizá con la conciencia tranquila pero lamentando que la felicidad sea siempre tan imperfecta.

Siempre incompleta.

(del diario de un jardinero, mayo de 2007)

martes, 8 de mayo de 2007

Y qué


No me extenderé mucho esta vez. En el álbum Kind of blue, el tema de apertura lleva un título algo desafiante. So what. Y qué. Marca el tono (o más bien debiera decir el modo, porque de una partitura modal se trata) de una nueva época en la composición jazzística.

Miles Davis, en 1959, era ya un músico reconocido pero siempre en evolución. Hacía dos años había trabajado intensamente con Gil Evans y de ahí salieron algunas piezas (Miles ahead, sobre todo) y nuevas ideas, una parte de las cuales está recogida en este disco fundamental de ese año. La idea general era dejar de "cantar" una melodía previamente marcada: se trataba, por el contrario, de marcar un patrón modal, una escala determinada, buscar una pauta rítmica y dejar volar la imaginación sobre esas bases. Difícil de explicar, aunque en aquel momento fue todavía más complicado de aceptar en los clubes y en los escenarios. Ese nuevo planteamiento conllevaba largos solos, a veces muy separados de su origen tonal y siempre con una libertad que hasta entonces había parecido difícil. Para hacernos una idea: los solos enrevesados del be-bop a veces saliéndose de la tonalidad prevista eran, al fin y al cabo, evoluciones sobre una melodía casi siempre muy reconocible. Basta escuchar Scrapple from the apple, Relaxin' at Camarillo u Ornithology. Lo de Miles Davis y su trompeta, en esta línea nueva, era otra cosa.

Los que aquí aparecen son casi los mismos músicos de la sesión del disco. John Coltrane toca el tenor,aunque no está especialmente brillante: en el disco es más rotundo. De éste falta Julian Adderley, el famoso "Cannonball", que hacía un solo a medio camino entre el be-bop y el cool, sin preocuparse mucho de la perfección sus frases y resultando por ello fresco, vivaz y, seguramente, el mejor improvisador del tema. La sección rítmica es la del disco pero no la del tema: sí tocaban Paul Chambers (contrabajo) y Jimmy Cobb (batería), al que hace dos años vimos aquí en Logroño, todavía en activo, potente y comedido a la vez. El pianista es Wynton Kelly, sólido y con un largo recorrido en este estilo que terminaría llamándose cool, inventivo, seguro, con ideas que aportar al conjunto; en la grabación tocaba él también, pero justamente esta pieza la desarrollaba Bill Evans, de quien estoy escuchando mucho últimamente un disco excepcional del año 1981, You must believe in spring. Pero ya hablaré de este padre del piano actual. De momento, Davis, uno de los grandes innovadores de la segunda mitad del siglo XX. Y qué.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Homenaje a Epicuro



Un alto muro a veces me separa
del mundo entero. Yedras y cripreses
intensifican luces y silencios
y en el hueco plausible de la tierra,
tal una mano, vivo dulcemente
una especie de absorto sueño antiguo
que nada extingue. Cerca se oye el agua
deslizándose lejos, un murmullo
que no sabe de mí, lo sabe todo,
un reflejar del cielo estremecido,
una canción dispersa. El tiempo corto
suele durar bastante en la memoria
sin que sepamos qué es lo que en el alma
se nos quedó tan preso que los años
no han podido borrar, aquel asomo
de una felicidad sin conjeturas,
libre, dichosa, suave, deslizante,
que hace que para mí la vida sea,
no importa sus quebrantos, un recuerdo
de sosiego y de paz.

JUAN GIL-ALBERT