lunes, 26 de noviembre de 2007

Tristeza

Con el coche detenido en un semáforo interminable, miro por el retrovisor. El coche se ha convertido en un apostadero cambiante, y tan frecuente, que pasa desapercibido. Se mira desde él, pero los viandantes pasan sin mirar. La escena, vista desde dentro, es autista. Cada uno a lo suyo.

Por eso sorprende, aunque tampoco es raro, ver a personas sentadas en su propio coche, autistas en dos sentidos de la palabra (se me ocurre), entregadas a sí mismas. Hay quien habla por el móvil o quien se mete el dedo en la nariz, pero mucho más se ve el rostro de alguien desconocido que medita, se abstrae o, simplemente, disimulando, se pasa el dedo por la comisura del ojo y retira furtivamente una lágrima. Como la mujer de esta mañana.

(del diario de un jardinero, noviembre de 2007)

miércoles, 21 de noviembre de 2007

domingo, 18 de noviembre de 2007

Joban & Nopia

No anda La Rioja tan sobrada de acontecimientos de primera importancia como para pasar por alto la visita que el sábado hizo un pianista que es ya una leyenda: Chick Corea. Acompañado por otro músico bien conocido en ciertos ámbitos, los del country en su variante bluegrass, Béla Fleck, banyoista de profesión. Se presentaban con un disco reciente (The Enchantment) y ese fue su guión durante todo el programa al que conviene añadir algún comentario al margen.

Hay que reconocer que los dos son grandes músicos pero que Corea es un excepcional pianista. En la tríada de teclistas que han marcado una época, Hancock (Chicago, 1940), Jarrett (Allentown, 1945) y Corea (Chelsea, 1941) el primero parece haber transitado más por la vanguardia del jazz, ateniéndose a sus principios; el segundo ha seguido un camino propio iniciado casi con Miles Davis y orientado desde hace años a una invención personal, que no tiene parangón, entre la música clásica, el jazz y la música norteamericana popular; el tercero, desde siempre, ha dedicado sus esfuerzos a una fusión que le ha llevado a aventuras con otros músicos muy diversos: Tito Puente, Al di Meola, Gary Burton. Esta vez su piano va con un banyo intentando una fusión entre músicas jazzísticas y country. Un empeño difícil y, a la vista de los resultados, objetable.

Porque el piano se traga al banyo. Literalmente. Es curioso que el banyo se percibe mejor cuando ambos instrumentos tocan una línea melódica al unísono: porque el oído percibe entonces que al piano se le ha añadido algo, no espectacular ni llamativo, sino simplemente bonito: algo que altera su timbre peculiar. En todos los demás momentos, el banyo sale perdiendo: no tiene ni el porte de una guitarra ni la hondura de un contrabajo. Con cuatro o cinco cuerdas y una caja de resonancia escasa, sus armónicos son pocos y mal avenidos con una buena acústica. Baste recordar que a partir del gran Johnny St. Cyr (y eso que solía tocar uno de seis), el banyo prácticamente desapareció del mundo jazzístico. Había entrado en las bandas de Nueva Orleans por ser barato, popular y de fácil transporte en los entierros y fanfarrias callejeras. Y ahí es donde la voluntad de Corea saca oro de casi nada: cede la palabra a Fleck, remacha oportunamente los arpegios que necesita el banyo para lucirse y toca en pianísimo todo lo que hace falta. Y qué poderío cuando se arranca a toda potencia: puede que su dueño esté gordo y cojee algo pero sus manos siguen siendo un prodigio de precisión y de ataque.

Lo que es menos tragable es el espectáculo que montan ambos, con mucha bromita incluida a costa del idioma (¿hay alguien hoy día que se precie de no saber decir en un idioma tan hablado como el español unas pocas frases de salutación o agradecimiento?) y con buenas dosis de paternalismo ("bonito el auditorio que tienen ustedes aquí, sí señor", bromeó en inglés Corea: le faltó añadir que no esperaba en Logroño semejante cosa). Lo peor de toda la actuación fue un montajito (digamos scketch, por si lo entienden mejor) sin gracia ninguna que se resuelve cuando Corea le da la vuelta a la partitura de Fleck: entonces se comprueba que dice realmente Piano and banjo donde Fleck sólo leía joban dna nopia. A la tercera vez que repiten la broma el público que no entiende inglés se pregunta qué demonios está pasando.

De este modo, el concierto, largo y con dos bises, tuvo mucha música pero con sus altibajos. Les costó entrar a ambos y en algunos momentos hubo problemas de afinación (en el intermedio afinaron el piano a la vista de todos), pero hubo también instantes memorables. Para mi gusto, lo mejor, el cierre de la primera parte con Waltse for Abby y el delicioso Mountain, ambos de Fleck, este último puro bluegrass que muestra las posibilidades de su instrumento sin necesidad de otros añadidos (y que recuerda por momentos aquella gran película de Boorman, Deliverance, en la que el banyo era un protagonista más). La segunda parte deparó unas muestras apetitosas de lo que pasa por la cabeza de los músicos cuando el público, fuera de esas bromitas, no les importa demasiado. Y no hay tantas oportunidades de ver a dos músicos en acción haciendo música sin preocuparse de mucho más. La introducción de Children's song #6 que Corea ya había grabado con Burton, permitió escuchar unos tanteos pianísticos cercanos a Bártok, Debussy y, sin duda, Prokofiev (aunque escuchar al ruso en manos de quien no sea Sviatoslav Richter hace añorar siempre las versiones de éste). Y fue entonces cuando Corea ofreció un impromptu pianístico de Dutilleux, compositor que, últimamente, parece estar de moda. Fue un momento delicioso. El resto de los temas tuvo ya al público a su favor pese a la rareza de lo que se oía. Igual daba ya que bromearan o tocaran cosas un tanto inusuales. El experimento había salido bien y Corea & Fleck cerraron regalando un blues y una pieza más del disco que ahora promueven por todo el mundo. Cerca de dos horas de espectáculo con sus más y sus menos y un público que quizá no estuvo lo cálido que otras veces. Y es que afuera hacía bastante frío y el escenario no incitaba a más.

sábado, 17 de noviembre de 2007

23 fábulas

Ayer se presentó en Logroño el número 23 de la revista Fábula, la decana de las literarias, la más longeva, como destacó su director, Carlos Villar, del mundo editorial reciente de La Rioja.

No hacen falta esos calificativos para darla por buena; su contenido la hace apetecible y cumplidora de sus objetivos no declarados: hacer posible una literatura desde esta comunidad que vaya más allá de riojanismos absurdos y de autocomplacencias. Los resultados saltan a la vista aunque queda para los lectores juzgar si la revista aporta lo debido para ser tenida por lo que quiere ser. Aun sin responsabilizarse de casi nada, como indica el disclaimer de la página de créditos, sus conductores sí desean llevarla lo más lejos posible y no sólo en números publicados. También en contenidos.

Una de las apuestas de Fábula ha sido, desde siempre, conjugar una presentación literaria con la edición de cada nuevo número. Por las presentaciones han pasado escritores de muy diversa enjundia, desde Luis Alberto de Cuenca y Bernardo Atxaga hasta Jose María Merino y Fernando Schwartz. Y la revista ha querido siempre corresponder con sus presentadores dedicándoles parte de su espacio. Ocurre así en este número ofrecido al público (escaso) ayer por el narrador Juan Pedro Aparicio y al que Fábula publica 11 microrrelatos. Siguen sus secciones habituales, dedicada una de ellas a los "Perros Verdes" (en este número Anna de Noailles) y otra a la búsqueda de un poeta (Carlos Martínez Aguirre). Aparecen críticas y recensiones de libros, algunas de las palabras de Mario Vargas Llosa al ser investido doctor honoris causa por la Universidad de La Rioja al inicio del curso presente y una desconcertante entrevista a Leopoldo María Panero. Desconcertante porque, al menos en mi primera lectura, no he dejado de sentir que las palabras dichas no valen por sí mismas. El hecho de saber algo acerca de la locura que afecta al poeta sitúa a sus palabras, sus definiciones e (incluso) sus tonterías en otro plano distinto, en el que lo expresado no es sólo lo dicho sino lo que transmite, casi sin pensar, supongo, un ser humano que sufre inimaginablemente. Lo cual, ya digo, desconcierta al lector y le hace pensar más en la persona que en su obra.

Desde aquí hay que felicitar a todos los colaboradores y autores que la hacen posible. Quizá por no caer en la autcomplacencia de la que hablaba antes merece la pena desear que Fábula no sólo siga acumulando buenos números sino que llegue todavía más lejos. Parece adecuado dar cauce a la literatura escrita por estos pagos pero la revista bien puede llegar, quizá, a otros ámbitos, abrirse a otros autores, publicar traducciones de textos poco conocidos, ahondar en los estudios sobre géneros, escritores, obras. ¿Son incompatibles ambas tendencias? Yo no lo sé, pero creo que sería interesante intentarlo. A Carlos Villar, que dirige con pulso firme e ideas claras esta revista tan meritoria, le queda mucha tarea por delante. Que no se trunque.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Alameda


El sol entre los follajes
y el viento por todas partes
llama vegetal te esculpen,
si verde bajo los oros
entre verdores dorada.
Construida de reflejos:
luz labrada por las sombras,
sombra deshecha en la luz.

OCTAVIO PAZ, Bajo tu clara sombra


(Esta alameda es de mi hija B.)

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Una de esas tardes

Es una de esas tardes, lo sé. Durante el día, algunos motivos de irritación y muchos de cansancio. Los dos o tres aprovechados de siempre que se aprovechan porque los que deben impedírselo miran directamente hacia otro lado. Una larga lista de cosas pendientes que, cierto, van saliendo adelante, pero tan lentamente que a veces desespera. En los pasillos, los cafés, los periódicos, la aburrida conversación (pocos hablan del trasfondo del asunto y aún menos los que tratan de adivinar las consecuencias, yo anticipo que serán desfavorables) sobre las famosas cinco palabras reales. Un hueco para la separación. Pienso que yo también estoy separado y divorciado. No es un trago de gusto, en ningún caso. Completa la lista de chascarrillos el infumable comunicado (habrá que oír sus letras) de ese músico bebedor y pendenciero que demuestra a las claras que no aprovechó su bachillerato pagado por todos (lo mejor para su vanitas es que los pasajeros, casi todos mexicanos, no le conocían de nada). La noche que ya se ha cernido sobre esta ciudad. Mañana se anuncian lluvias y una máxima de 8ºC. ¿Lloverá donde viven mis hijos? Me da demasiado pereza comprobarlo en la red. El ruido del tráfico que no cesa. A veces no sabe uno qué demonios echa de menos si es que lo que a uno le ocurre es echar de menos algo. Chi lo sá.

(del diario de un jardinero desazonado, noviembre de 2007)

martes, 13 de noviembre de 2007

Cifras

Cuando niego la existencia de los dioses, me digo a mí mismo que olvido una parte esencial del ser humano. Porque yo mismo, valga la celebración de cumpleaños como ejemplo, me someto con gusto a ciertas ceremonias privadas que privilegian un día, un momento, una situación, memorables. Y esas ceremonias no son otra cosa, sigo diciéndome, que el gusto por lo arcano, por lo esotérico. Por la creencia de que no es lo mismo el número 50 que el 56, de que no es igual el elemento 100 que el 78 y de que, en definitiva, esos números que no entendemos (la matemática subyace a todo) significan algo que, de otro modo, se me escaparía.


Aun así, niego la existencia de los dioses al tiempo que levanto mi copa para brindar por el futuro. Como si el futuro, antes de ser presente, fuera también algo. Supongo que hoy me he levantado raro.


(del diario de un jardinero, un poco más provecto, noviembre de 2007)

viernes, 9 de noviembre de 2007

Que le den

Siendo una calle peatonal, y esta hora imprecisa, la mujer, sesenta y muchos, anda despreocupada, en diagonal entre las dos aceras. Sólo ella y yo en este tramo sin coches. De pronto se detiene. Y empieza a murmurar cosas agitando los brazos. Una loca, pienso. Tan bien vestida. Tan apañada. Conforme me acerco, abre el bolso. Caigo en la cuenta entonces. El móvil. Y efectivamente, cuando paso a su lado, la permanente perfecta, el traje de chaqueta impecable, los labios bien pintados, el bolso de imitación a los caros, mete en el bolso su mano y busca el teléfono, ahora ya está claro, mientras habla en voz alta: "mira tú ahora, quién será, coña, que no lo encuentro, pero dónde..." y el sonido del timbre, o más bien la melodía esa que conocemos todos, tiroriro tiroriro tiroriro tiiii, deja de sonar en tanto rebusca. Y entonces, con el mismo gesto con el que buscaba en el hondón de su bolso, pastillero, cartera, pañuelos de papel, libreta de la caja, una cajetilla de rubio atisbé al pasar, le cierra la cremallera y condena el intento de comunicación diciendo: "hala, ahí te quedas, que no te puedo encontrar, que te den". Y oigo la cremallera que se cierra otra vez, y ella sigue su camino, ya por detrás de mí, camino del café con leche, el croissant y el pitillo con las amigas en esta tarde no menos imprecisa que la hora.

No deja de ser un contrasentido llevar un móvil para estar localizados y no dar con él. Paradojas, supongo. O que le den.

(del diario de un jardinero paseante de horas imprecisas, noviembre de 2007)

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Elegía de un parque


Se perdió el laberinto. Se perdieron
todos los eucaliptos ordenados,
los toldos del verano y la vigilia
del incesante espejo, repitiendo
cada expresión de cada rostro humano,
cada fugacidad. El detenido
reloj, la entretejida madreselva,
la glorieta, las frívolas estatuas,
el otro lado de la tarde, el trino,
el mirador y el ocio de la fuente
son cosas del pasado. ¿Del pasado?
Si no hubo un principio ni habrá un término,
si nos aguarda una infinita suma
de blancos días y de negras noches,
ya somos el pasado que seremos.
Somos el tiempo, el río indivisible,
somos Uxmal, Cartago y la borrada
muralla del romano y el perdido
parque que conmemoran estos versos.


JORGE LUIS BORGES, Los conjurados


(N.B. Este jardín no puede ser más que para C. y J.C. por su acogida y su amistad y porque C. lo conoce bien, y con motivo)

lunes, 5 de noviembre de 2007

Sinapsis

Le doy vueltas a cosas mientras vuelvo a casa conduciendo. Me sonrío para mí (M. va dormida en el asiento de al lado) al caer en la cuenta de que una de las ideas recurrentes en estos trances es la de pensar "de dónde venimos", "adónde vamos". En nuestro caso está claro. Pero mientras cae la luz pienso en cosas que se me escapan raudas, como los coches que haciendo caso omiso de los puntos nos adelantan. La amistad, por ejemplo. O en lo que cuatro años en la vida de alguien significan. O en el cumpleaños, que se avecina imparable. En los letreros bilingües de las carreteras, que cambian con la comunidad autónoma. En las vacas que pastan no lejos de la carretera, impasibles.

Life is what happens to you while you're busy making other plans, decía Lennon. Quizá la vida misma sean los planes, los pensamientos fugaces, entrecruzados, que no podemos perseguir, las luces fugitivas de los que pasan a nuestro lado.


(del diario de un jardinero, noviembre de 2007)

jueves, 1 de noviembre de 2007

Los muertos

a M.

Paseando el otro día por Madrid, vi a una chica que esperaba a alguien. No miraba impaciente, no jugaba con su móvil, no se atusaba el pelo, no paseaba. Apoyada en una esquina, con la pierna izquierda levemente levantada y apoyada la suela del zapato en el ángulo que la pared formaba con el suelo, ajena al revuelo que había a su alrededor, tarde de sábado, zona comercial, centro de la ciudad, leía.

Sus dedos dejaban ver el libro y en su portada, en una edición tan nueva como la chica misma, estaba escrito: James Joyce, Dublineses. Valgan las últimas frases de ese libro singular para estos días de otro ajetreo que apenas significan nada:

Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.

(del diario de un jardinero, uno o dos de noviembre de 2007)