domingo, 30 de diciembre de 2007

Otro más (o menos)

Hoja que huyes volando
para nunca más volver.
Llevas contigo mi vida.
Eres mi muerte y mi ayer.




Feliz año a todos.

sábado, 29 de diciembre de 2007

La materia de los sueños

Estoy en un banco con alguien a quien conozco aunque no sabría decir quién es. Hacemos arqueo de un dinero que sé que es mío. Otro alguien nos ofrece una vulgar bolsa de plástico amarillo cuyo interior está dispuesto en bolsillos angostos en los que caben las monedas justamente, para formar columnas largas. Sólo diez por cada agujero, advierte ese otro alguien. Sé que manejamos pesetas, cosa que me parece natural, porque reconozco el grosor y el color de las piezas de veinte duros. Ese alguien a quien conozco y del que no sé decir quién es se sienta de pronto al piano mientras yo intento introducir las monedas previstas en cada uno de los bolsillos, estrechos y largos como dediles. Toca el piano porque oigo sus notas aunque no vea el teclado y no me extraña porque sé que el mostrador es un piano en el extremo que no veo. Un par de compases. Los reconozco. Le digo: eso lo escucho muchas veces, es el inicio del Concierto de Colonia. Me reta con una sonrisa y toca algo más: no sé qué.

Despierto.

Hace calor. Me desvelo. No puedo conciliar el sueño de nuevo. Me levanto. Me asomo a la ventana. Hay una niebla espesa, el termómetro que me regalaron hace tiempo marca grado y medio bajo cero en esa grisura rara de la noche. Me fijo más. Ha nevado levísimamente porque se ven difusamente cosas pintadas de blanco allí donde nunca el hielo podría agarrarse. Todo tan real y tan extraño como el sueño de hace unos momentos.

Todo compuesto de la misma materia. Fugaz. Pasajera. Incomprensible. Es el sentido de las palabras de Prospero:

Our revels now are ended: these our actors
As I foretold you, were all spirits, and
Are melted into air, into thin air:
And, like the baseless fabric of this vision
The cloud-capp'd towers, the gorgeous palaces,
The solemn temples, the great globe itself,
Ye all which it inherit, shall dissolve,
And, like this insubstantial pageant faded,
Leave not a rack behind: We are such stuff
As dreams are made of, and our little life
Is rounded with a sleep.


(WILLIAM SHAKESPEARE, The tempest, IV, I)


No estoy para traducciones. Los versos y su ritmo suenan hermosos tal cual con esa pequeña vida que se redondea, o culmina, o acaba, con un sueño que a mí no me viene. Sea.

(del diario de un jardinero insomne, diciembre de 2007)

martes, 25 de diciembre de 2007

25... y más

25
Extraño parón el de hoy. Parece un domingo pero no lo es. Ayer estuvieron todos, hoy casi no queda nadie. El barrio se vacía de coches ajenos, de gentes que, como yo, vienen de fuera a ver a sus mayores. Ni siquiera hace frío. El justo para saber que ha entrado el invierno, que se notará más adelante. Los muñecos parecen seguir trepando por los balcones, tan estúpidos como ayer pero ahora sin sentido: en realidad deberíamos verlos bajar. Este año, además, ni siquiera ha habido excesos de comida o bebida. Ni de regalos. Parece que hemos entrado en un periodo de tranquilidad: imagino que eso es lo que llaman madurez. Siguen importando, mientras tanto, los asuntos de siempre. El trabajo, momentáneamente alejado; estas bitácoras, las amigas y la propia; el libro que tengo empezado. La música que escucho, a ratos. Las partituras que esperan y mi impaciencia por intentar interpretarlas ya. M., que no está aquí, no ha podido venir y a la que echo de menos. Si tuviera que poner un nombre a mi vida de estos últimos cuatro años sería el suyo.

... y más
Parece una cierta justicia poética pensar y sentir así precisamente ahora que ya no es el día, que es otro, el siguiente, ya no especial, aunque lo conozco bien porque en Fuenlabrada no se trabajaba el día de San Esteban. Era el patrono.

Como con A. Risas, preocupaciones, planes. Tienen que venir a Logroño. Con A., que me (nos) regala un cuadro, todo es sencillo y fácil. Aunque se nos nota más mayores: trasegamos menos cervezas (él, irreductible, piensa que lo que yo bebo no lo es; es una opinión que no comparto).


Esta noche cenaré con mis hijos. Mañana la vuelta. Todo es un poco provisional, volandero, fugaz. Supongo que la vida es justamente este pasar sin mucho fundamento.

Y supongo que todo esto puede resumirse en una sola palabra. Eso que llamamos, sin más, melancolía.

(del diario de un jardinero de paso, diciembre de 2007)

lunes, 17 de diciembre de 2007

Necesidad del segundón



No he encontrado otro video que este y no es más que un montaje. El protagonista es el guitarrista Kenny Burrell, acompañado por el gran Tommy Flanagan al piano, Doug Watkins al bajo y Elvin Jones a la batería. Pero incluye un solo pleno de sentido y contención del recién fallecido saxo barítono Cecil Payne (1922-2007). Todos juntos tocan Don't cry baby, un blues en un tempo medio, suave y deslizante, muy en la "línea Burrell". El tema pertenece al álbum Blue moods, del año 57, y todo él va en ese estilo cool, elegante y nada estridente, que entonces hacía furor.

Oyendo esta música pienso en los segundones: todos los de este combo lo han sido en mayor o menor medida. Ninguno ha sido revolucionario en su instrumento ni en la música que han producido. Burrell ha sido un guitarrista muy apreciado pero queda lejos de las innovaciones, cada cual en lo suyo y en su época, de Wes Montgomery, Charlie Christian o Pat Metheny. Tommy Flanagan, pianista de compañía, seguro, fiable, con un swing que para sí quisieran otros muchos más afamados. Watkins ha participado en grupos de todo tipo, dando siempre una muestra de su valía en un instrumento que es imprescindible para crear la rítmica propia del jazz y que, sin embargo, se valora poco. Jones, a qué decirlo, estuvo siempre a la sombra de Coltrane y eso ya lo significa todo.

Con Cecil Payne ocurre otro tanto de lo mismo. Tocó en sus inicios con J.J. Johnson, con Eldridge, con Gillespie. Art Blakey, Tadd Dameron e Illinois Jacquet fueron otros de sus compañeros. Sin embargo, sus actuaciones y grabaciones fueron descendiendo lentamente a partir de los años 70. Su instrumento, el saxo barítono, aunque también tocaba el alto y la flauta, no era, quizá, del gusto del free jazz. Ese enorme mamotreto que no sólo hay que mantener más o menos vertical para tocar sino que requiere un juego diafragmático excepcional para sostener la columna de aire, fue su medio de vida. Cuando se le oye divagar por esas notas graves y reconfortantes que casi ningún otro instrumento obtiene con semejantes claridad y redondez, hay que agradecer que, de vez en cuando, casi sin saberlo y sólo por vocación, un músico decida que va a hacer lo que sabe sin importar el lugar que ocupe ni el puesto que le reserve la historia. Sólo porque le gusta, lo quiere, necesita hacerlo o tiene que ganarse la vida. Como nosotros, que los necesitamos a todos ellos. ¿Cómo serían nuestra música y nuestro mundo sin estos magníficos, imprescindibles, casi desconocidos, "segundones"?

PISA, moreno

Sin que sirva de precedente, voy a pedir consejo, no porque me moleste pedirlo (o recibirlo) sino porque esta bitácora no está para eso. Pero se me plantea un caso que vuelve a incidir en los problemas planteados en días pasados con motivo de la educación, el informe PISA y demás. Ahí va una muestra que, quizá, sirva de reflexión. Y, recuérdese, por favor: si desea comentar, deje también su consejo. Lo agradeceré.

El día 1 de octubre comienza el curso y se presenta a los alumnos la asignatura F. Se indican las normas (contenido, evaluación, calificaciones, etc), que aparecen además publicadas en el Aula Virtual de la asignatura (un espacio intranet, con claves, restringido, dentro de la web de la universidad: cada asignatura tiene su aula) y en el programa que la universidad publica en sus páginas institucionales.

Un par de semanas después se entregan, impresas, a los alumnos, las normas concretas (recogidas en la información general publicada en web) que deben seguir para entregar un trabajo A. El momento límite de entrega se establece a las 14 horas del viernes 14 de diciembre. Dado que el trabajo hay que enviarlo por correo electrónico, se encarece a los alumnos a que no dejen la entrega para último momento, ya que puede haber problemas de saturación, de servidor, de yo qué sé, que impidan el cumplimiento del plazo. Y se indica, por escrito y de viva voz, que no se admitirá ningún trabajo que llegue fuera del plazo establecido. Cabe añadir que los alumnos así tratados son alumnos de 3º (en una ingeniería técnica, tres cursos) y que, por tanto, ninguno tiene menos de 21 o 22 años.

Resultado. Se reciben 26 trabajos en plazo. 5 alumnos emplean todos los medios para hacérmelo llegar, incluyendo direcciones de correos de amigos o parientes, con lo que en realidad recibo 36 mensajes. Sólo uno incluye el recomendado acuse de recibo: tres o cuatro alumnos preguntan en clase si he recibido los suyos. Cabe concluir que no hay una confianza generalizada en las nuevas tecnologías o que, al menos, una buena parte del alumnado, incluso manejándose con ellas, prefiere asegurar el resultado.

El viernes por la tarde, mi correo registra a las 16:29 la entrada de un mensaje con otro trabajo, mensaje que se repite a las 16:40. El mensaje sólo contiene adjunto el trabajo pedido, sin más explicación. A las 17:26 aparece otro que, este sí, incluye la siguiente aclaración (corto y pego, sin trampa ni cartón):

"Buenas tardes:

He tenido un problema con mi pen drive que se me a roto un pin de la clavija y n o e podido hasta ahora conectarlo, se que en las normas del trabajo deja bien claro que no se tomaran encuenta trabajos después de la fecha y hora, pero te lo entrego de todas formas que e conseguido conectar el pen drive.Gracias"

¿Qué debo hacer? ¿Les aplico a los dos el rigor previsto y explicado de antemano o, aunque sólo sea por la carcajada que me ha provocado dejo pasar a este último (y, por ende, también al anterior)? Y, con más fondo y en serio, pregunto: ¿acaso no tiene algo que ver esto, incluyendo mi actitud contemporizadora (a buena hora iba a contemporizar un profesor en la universidad de finales de los 60 con alumno ninguno), con el informe de marras?

Gracias de antemano.


(del diario de un jardinero indeciso, diciembre de 2007, última semana de clase del año, a ver si desaparecen todos de una vez y me dejan en paz...)

jueves, 13 de diciembre de 2007

Otra frase

Hace años me topé con la frase siguiente que, al parecer, es muy conocida pero que yo no había leído hasta ese momento:

"La tiranía de la ignorancia (...) es la más dura y lóbrega de las esclavitudes"
[JUAN LUIS VIVES, 1492-1540]

(Vaya como dedicatoria a amart y a Diarios de Rayuela, cuyas últimas entradas merecerían numerosos, ponderados y hondos comentarios. Ojo: no siempre coincidentes, pero sí preocupados por el evidente, salvo para quien no mire, deterioro educativo del país. Sólo a modo de sugerencia, para mi gusto la educación actual presenta deficiencias de muy diverso calibre en cosas que podrían definirse con los siguientes calificativos: laicismo, exigencia, profundidad, universalismo, cientifismo y le sobran, en mucho, me parece a mí, demagogia, localismo, contemporización, "nueva-eraísmo" y miopía financiera y científica. Vaya también como idea acompañante que eso mismo se le va pegando a la universidad. Y supongo que a todos nosotros, por añadidura.)

El papelito en que me la apunté no pasó más que momentáneamente a mi cartera. Cuelga, pinchado por una chincheta taiwanesa en el corcho de mi despacho. A veces pienso que tendría que colocarla como cita liminar en cada presentación de clase que hiciera. Me digo, "no seas pesado". Pero ganas dan. Porque los ignorantes abundan y no sólo en las aulas.

(del diario enseñante de un jardinero, corrigiendo ejercicios, diciembre de 2007)

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Coartada

A veces pienso que mi profesión me sirve de parapeto.

Me crucé ayer con una chica muy joven (quizá no llegaba a 20) que hablaba por el móvil mientras caminaba con el rostro empapado de lágrimas. Al cruzarse conmigo, un pudor excesivo le hizo secarse la última que le iba cayendo, pasándose el dedo por la comisura del ojo. Seguramente le estaban diciendo que no. (Era dolor desde luego, no simple emoción). Querría saber por qué últimamente veo a tantas mujeres llorar por la calle.

Hoy el ánimo de muchos estaba alterado por aquí. Una de nuestras compañeras lucha en la UCI por recuperarse de las cuchilladas de su marido. (¿Le habría dicho que no y echó mano al cuchillo?). Cuántas lágrimas (ajenas) por no derramar unas pocas (propias).

Ahora cae la noche. Delante de mí, en una pizarra, se despliega la lista, larga, seguramente incompleta, de una serie de parques y paseos de los siglos XVIII y XIX. Forma parte del trabajo que llevo varias semanas haciendo intensamente, destinado a un libro. En la otra mitad, cuelgan los planos de la trinchera del ferrocarril, con anotaciones sobre cómo ajardinar su superficie, cómo convertirla en parque una vez cubierta.

A veces creo que esos planos en los que me dejo la vista y las fechas que no soy capaz de retener y las teorías vagas que me rondan por la cabeza y que no consigo formular, son una coartada para mantener a raya los cuchillos y las lágrimas. Para hurtarme a ellos sin derramar éstas.

(del diario de un jardinero, hoy desolado, diciembre de 2007)

domingo, 9 de diciembre de 2007

Bibliotecas


Nos quedaremos sin saber qué más pudo escribir Sebald antes de que un accidente de tráfico le segara la vida. Volveremos una y otra vez sobre sus textos ya conocidos para reconocerlos otra vez. Querremos que se descubran inéditos, que se nos pongan en las manos para ir a Córcega guiados por él, o a Austerlitz, o recorrer las interminables veredas y trochas apartadas de la Inglaterra rural esperando encontrar una casa, sus habitantes, miles de historias que sólo esperan un oído paciente y una simple cámara de fotos para convertirse en literatura. Esperaremos.

Pienso muchas veces que no existe la literatura como tal, como entelequia y abstracción, sino su plural, las literaturas. Claro que existen textos universales pero son los lectores los que les dan el sentido último. Son los lectores los que componen su biblioteca que, a modo de canon personal, intransferible, alimentan, sostienen, ahondan y amplían durante toda su vida.

Algunos de mis autores preferidos son nombres que hoy apenas se mencionan o se recuerdan. Sciascia y Bernhard son relativamente afortunados, su memoria persiste. Naipaul y Coetzee siguen vivos y, al menos el último, en el mejor de sus momentos. Pero otros (no hablo de los clásicos a los que todos tienen por tales) han pasado a un limbo en el que me parece ser el único (seguro que no, claro) que los atesora y los relee. Carson McCullers, por ejemplo. O Pavese. O Ray Bradbury, Michel Tournier, Primo Levi o Juan José Saer. Ya sé que no pero si hubiera de conocer a alguien y se me brindara una única oportunidad, poco menos que instantánea, de ver su casa por dentro (y seguro que también aquí me equivoco, que es pura pasión literaria) elegiría asomarme a su biblioteca, fuera un modesto estante o una habitación completa. Porque no hay dos bibliotecas iguales y el filtro que cada cual establece para componer la suya a lo largo de los años dice más de su dueño que la elección del aparador, de los azulejos del baño o del cepillo de dientes. (No me importaría tampoco auscultar brevemente su discoteca, pero ese es, literalmente, otro cantar).

Una biblioteca personal establece, como la literatura, unas correlaciones de orden extraño, insospechado, transparentes aunque no del todo, para quien la ha fundado y nutrido. Lo dice Sebald acerca del paseante extraño que fue Walser: "¿Qué significan esas similitudes, coincidencias y correspondencias? ¿Se trata sólo de imágenes enigmáticas del recuerdo, de autoengaños o engaños de los sentidos, o de esquemas que se extienden por igual sobre vivos y muertos en un orden para nosotros incomprensible?" Hay, en efecto, una urdimbre de la que formamos la trama, una armazón invisible que sólo acierta a mostrarse cuando la llenamos de sentido. Construir una biblioteca, tener una biblioteca, es, contra lo que piensan muchos ignorantes que sólo ven aburrimiento, volumen, peso, molestias de coleccionista (no saben de qué hablan), es disponer un mundo en orden, en volúmenes austeros u ornamentados, en hileras cuya pauta secreta sólo conocemos nosotros, en baldas cuyas afiniades internas sólo nosotros, y no siempre, podríamos escribir. Y quizá más que en aquellas obras de la literatura universal (que lo son porque son capaces de trascender tiempos y fronteras y culturas) todo eso se nota justamente en esas otras menores que conforman el paisaje especial, concreto y diferenciador de nuestra propia aventura lectora, de nuestra propia biblioteca personal. Libritos como este Sebald (¡ójala hubiera otros más por descubrir!) que habla de otro escritor, Walser, al que cede la palabra para explicarnos en qué medida la literatura es el lector o el lector lo es gracias a la literatura: "...no leáis siempre y de manera exclusiva esos libros sanos; acercaos un poquito a la llamada literatura enfermiza, de la que tal vez podáis sacar un consuelo vital...".

No sé si literatura enfermiza o sana (Walser tenía en mente otros asuntos), pero sí sé que el canon ha de ser el de uno mismo y hay que leer, leer, leer...

miércoles, 5 de diciembre de 2007

La mano de nieve



En el intermedio del concierto de Corea & Fleck, del que ya hablé, los músicos salieron del escenario, se encendieron las luces (no todas, pasamos por épocas restrictivas), parte del público salió al ambigú (aquí ponen unas mesitas altas con copas de vino de Rioja) y otra parte se quedó sentada en la sala. Es notable el nivel sonoro de las conversaciones y se oye de todo, como es natural. Los sábados, además, como era el caso, los asistentes eran de todas partes y es seguro que habría gentes del País Vasco, Navarra o Aragón. Había un cierto guirigay que iba subiendo por momentos.

En esas se estaba cuando salió un chico joven al escenario. Vaqueros, deportivas, mochila al hombro. Iba a afinar el piano. Tocó aquí y allá. Inició los compases de un blues en la octava más aguda del teclado. Corrigió algunas notas (sonar sonaba bien) como quiera que se corrijan estas cosas. Sacaba objetos de su mochila, intercambiaba herramientas, consultaba su afinador electrónico. Enunció los primeros compases de un bolero. No estaba satisfecho. A su alrededor la algarabía se había aquietado un poco pero no me pareció que hubiera muchos fascinados por aquel espectáculo gratuito, semisilencioso, cuasi mágico, que se desarrollaba ante sus ojos. Unas pruebas. Unas notas que podía ser de Scarlatti o de Bach. Finale. El chico recogió sus herramientas, cerró su mochila y salió del escenario, sin mirar a nadie, sin saludar, sin recibir aplausos.

Pensé cuántas veces ocurren cosas parecidas. Lo auténticamente importante está a la vista. Es de apariencia sencilla, no se presenta con sofisticación ni alevosía. Más bien con morral y zapatillas de deporte. Imprescindible, sin embargo. Preparando, a la vista de todos, sin trampa ni cartón, lo que a continuación vendrá. Dejando, como en este caso, cada nota en su sitio, a punto. Esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas.

Nosotros, mientras tanto, hablábamos.

(del diario de un jardinero que, de repente, ha recordado, diciembre de 2007)

domingo, 2 de diciembre de 2007

La vida misma

De vuelta de un viaje a V. ordeno para beneficio de mi cabeza las cosas vistas, oídas, ocurridas y padecidas. El resultado es una larga lista que, como siempre, combina los sinsabores con las alegrías, las esperanzas con el abatimiento. Todo es así. Y la lista (que me paro a hacer porque, de pronto, me entra una urgencia inaudita de repasar en qué consisten mis días) arroja, insisto, una especie de inventario de lo que son. Los míos y los de cualquiera, quiero creer. Una pareja de jóvenes que espera su primer hijo. Un amigo al que el Alzheimer aleja irremisiblemente de la vida, como un madero que las olas se van llevando mar adentro. Un libro que está por escribir. Otro, leído, que deja una huella especial y sobre el que habrá que volver. El reencuentro al llegar a casa. La vida que sigue en forma de encargos que deben cumplirse, la perspectiva de esta semana en que M. abre, por fin, la tienda. Ilusiones que hacen olvidar las amarguras. La vida que sube y baja como un tobogán estúpido y divertido a la vez. Que nos obliga y nos lleva y nos trae y nos acosa y nos regala lo inesperado. La vida misma, en fin, la vida misma.

(del diario de un jardinero, diciembre ya, de 2007)