miércoles, 23 de abril de 2008

... ninguno de los dos

Sigo con un interés algo escéptico, y por fuerza distante, la campaña de primarias en EE.UU. No tengo mucho tiempo para tratar de esclarecer a ciencia cierta cuáles son caucuses y cuáles primarias, por qué hay delegados y superdelegados, a santo de qué unos estados tienen más de unos y menos de otros y un sinfín de peculiaridades y matices que les entretienen estos días a tiempo casi completo y, a ratos perdidos, a mí.

Después de tantas disquisiciones sobre uno y otra, me llama la atención que todo el mundo haga hincapié en que los dos van muy igualados y no se repare en cambio en una cosa que me parece evidente: si tan igualados van y no han conseguido inclinar la balanza a su favor, es que ninguno de los dos ofrece nada que, a ojos de los que les eligen, aventaje al rival. ¿Qué debieran tener una u otro para ganar, que no tienen y que parece abocarlos a un "ninguno de los dos", evocador de los galgos y los podencos de la fábula?


(del diario contemplativo-electoral de un jardinero, día de los libros, 2008)


martes, 22 de abril de 2008

Perplejidad

Aparcamiento de La Concha, día ventoso pero soleado. 19'30 de un viernes. Varias personas aguardan su turno para pagar en el cajero automático. Una madre francesa introduce las monedas mientras no deja de reprender a su hijo, ya cansado a esas horas; paga con tarjeta, casi sin mirar a la máquina. Se comprende: en todas partes son iguales. Una pareja británica habla quedamente. Al llegar su turno realiza el pago sin dejar de hablar; no es difícil: la máquina recibe el tique por la única ranura posible, indicada con una imagen a escala reducida del tique (raya negra, cuadradito negro), ofrece en pantalla un número acompañado del símbolo del euro y devuelve los cambios o la tarjeta de crédito, según. Delante de mí, le toca el turno a una señora. Pulsa la tecla del cambio de idioma: marca la ikurriña. Realiza su operación. Me toca a mí. La ikurriña sigue ahí: introduzco mi tarjeta, aparece mi importe en euros, la máquina me da las vueltas. Me ha entendido a la perfección.

Afuera sigue el ventarrón y el mar, en retirada, habla en su idioma, ese que a todos acuna pero que nadie entiende.

viernes, 18 de abril de 2008

Aleteos

(a mi hija B., matemática)

Leo en la prensa que ha muerto Edward N. Lorenz (1917-2008), al que llaman "padre del caos" por haber sido autor de una teoría que intenta explicar lo inexplicable. Caos, ese dios elemental que precedió a todos, seguido de cerca por Tártaro y Eros, parece, por confuso, etéreo y revuelto, una metáfora de nuestras vidas.

Lorenz, meteorólogo, intentó hallar algunas leyes subyacentes a ciertos sistemas que parecían no responder a ninguna. Descubrió varias cosas que al profano interesan poco o nada. Por ejemplo, que un sistema caótico responde a algunas pocas ecuaciones y no, como podría pensarse a un ejército de ellas. O que entre los "atractores extraños" (nombre poético donde los haya, acuñado por David Ruelle y Floris Takens) existe uno de estructura tridimensional que corresponde a un flujo caótico y que presenta la forma de mariposa que se ve en la foto (este tipo de flujo se da en láseres y en dínamos, lo que indica a las claras que los matemáticos estudian, en su jerga, cosas que nos rodean y nos son útiles todos los días).

Pero Lorenz pasará a la posteridad por una expresión que, como de costumbre, aplica erróneamente casi todo el mundo: el "efecto mariposa". Lorenz se preguntó, primero en un artículo y luego en su libro La esencia del caos, si el aleteo de una mariposa en Pekín podría producir un tornado en Texas. Llegaba a la conclusión de que no: las perturbaciones locales se irían amortiguando entre otras perturbaciones surgidas de diferencias mínimas en las respectivas condiciones iniciales y terminarían por anularse unas a otras. Lorenz formulaba la cuestión en términos, cómo no, meteorológicos: el clima era inestable localmente y estable globalmente. Un error mínimo (inevitable) en las medidas de las condiciones iniciales se amplifica enormemente en cuestión de poco tiempo, lo que hace imposible cualquier predicción: razón por la cual, saber el tiempo que habrá en algún lugar del planeta a cinco días vista es (con certeza, se entiende, no aproximadamente, claro) imposible.

De modo que hablar de "efecto mariposa" sin tener en cuenta estas disquisiciones enrevesadas y sutiles, no es más que poética. (Debo confesar que me molesta más una interpretación interesada que se hace de este efecto: la que consiste en deducir que "todo está relacionado con todo" para pasar a continuación a una mística de new age absolutamente estúpida con la cual se engaña a muchos). Esta expresión llamativa ni siquiera la inventó Lorenz: como parece natural, esa poética de lo mínimo con unos efectos inesperados, procede de Oriente. Al parecer, existe un proverbio chino según el cual "el aleteo de una mariposa se puede sentir en el otro extremo del mundo".

Lo cierto es que los estudios, modestos, incomprensibles para casi todos y sólo aireados por sus aspectos más llamativos y equívocos, de ese hombre de Connecticut que acaba de morir, han llegado a todas partes del mundo. Alterados y formando parte de otros aspectos de la caótica vida humana: exactamente como el aleteo de un atractor extraño.

martes, 15 de abril de 2008

Paisaje VI

Este es el día en que del río suben las nieblas
a la hermosa ciudad, en medio de prados y colinas,
y la difuminan como un recuerdo. Los vapores confunden
los verdes, pero en cambio las mujeres
la caminan. Van en la blanca penumbra
sonrientes: en la calle puede pasar cualquier cosa.
Puede ocurrir que el aire las embriague.

La mañana
se habrá abierto de par en par en un ancho silencio
amortiguando todas las voces. Incluso el pordiosero,
que no tiene ni casa ni ciudad, lo habrá respirado
como apura el vaso de grappa en ayunas.
Vale la pena el hambre o haber sido traicionado
por la boca más dulce por salir a ese cielo
y volver a encontrar aliento y recuerdos más leves.

Cada calle, cada atisbo de casa
en la niebla, tiene un antiguo temblor:
quien lo siente no puede dejarse abatir. No puede abandonar
su tranquila ebriedad compuesta de cosas
de la vida plena, descubiertas al resguardo
de una casa o de un árbol, de una idea imprevista.
Igual que los grandes caballos que pasaron en la niebla
del alba, esas cosas hablarán de entonces.

Ójala un muchacho escapado de casa
vuelva justamente hoy, cuando sube la niebla
del río y olvide toda vida,
las miserias, las famas y las fes traicionadas,
para detenerse en una esquina, bebiendo la mañana.

Vale pena volver, ójala que distinto.


[1935]

Traducción de FPC

viernes, 11 de abril de 2008

Diego Valor

a L. A. de Cuenca, que seguro que tiene la colección completa

La parte visible de este pedrusco que vaga por el espacio tiene unos 20 kilómetros de largo: la foto está tomada a unos 6.800 kilómetros de su superficie por el satélite de la NASA Mars Reconaissance Orbiter. Los científicos deducen que las zonas irisadas de tonos azules cercanas al cráter Stickney son más modernas que el resto. Se cree que algunos de los otros cráteres menores se formaron por el impacto de materiales expulsados por Marte: los residuos fobianos salieron despedidos al espacio porque su gravedad, una milésima de la terrestre, es incapaz de retener casi nada en su superficie. La foto que cuelgo aquí es una versión de calidad reducida: la original tiene una resolución tal que los detalles que pueden apreciarse llegan a la veintena de metros: un logro técnico indudable.

Pero en Fobos (y en Deimos), los dos satélites de Marte, residen parte de mis sueños. No sé cómo llegaron a mi manos (no debía pasar yo de los siete u ocho años), unas cajas procedentes de casa de mi abuelo con unos tebeos apaisados, impresos en mal papel, con pares de páginas alternas en color o en blanco y negro, según los cuadernillos. Eran aventuras cortas y un tanto convencionales: malos, buenos, princesas o damas a las que había que rescatar y héroes que daban su vida por hacerlo. Dos nombres me han quedado. Diego Valor era, como se deduce de su nombre, el protagonista invencible. Tenía uno de esos rostros macizos, esculpidos a cincel, anguloso, supongo que buscando una belleza masculina que pudiera considerarse arquetípica. Ni que decir tiene que siempre ganaba y estaba en relaciones (lo que no que daba muy claro era de qué tipo, decir novia ya sería asegurar mucho para la época) con la bella a la que, imperdonablemente, no recuerdo. El otro tipo memorable era el Gran Mekong.

Hoy, y me refiero al día de hoy mismo, con Tibet al fondo, sería fácil relacionar su estampa con la idea que se ha manejado habitualmente en Occidente del "peligro amarillo". Los malos del tebeo eran, en realidad, verdes, muy verdes, de orejas puntiagudas y ojos más bien rasgados, con cabezas generalmente redondeadas y sin pelo. Su líder, el Gran Mekong, aparecía, paradójicamente, con su apellido cuando estudiábamos geografía física de Asia. Hoy pienso que no podía ser, no era, una casualidad. Eran malos, malos. A mí, sin embargo, me fascinaban. Habían inventado unos sillones voladores, rojos, enormes, en los que los pilotos iban sentados y hacían piruetas en el espacio a velocidades impensables. De ellos surgían armas letales que disparaban al enemigo. Diego Valor y los suyos terminaban por capturar algunos de estos sillones y aplicar a sus verdes rivales su propia medicina. Diego Valor y los suyos, si recuerdo bien, tenían su base en Marte, adonde llegaban desde la Tierra en cosa de segundos, en grandes naves relucientes. Los malvados mekongianos (ni sé si se llamaban así) habitaban Fobos y Deimos, dos lunas misteriosas, de nombres que para siempre han quedado asociados en mi imaginación a esos seres verdes, muy verdes, que, seguramente con razón, deseaban un reparto mejor de las superficies planetarias. Todo eso me daba miedo, mucho miedo, y dormía arrebujado en la cama, tapado hasta casi asfixiarme: hasta que no podía más, y en el silencio de la noche me levantaba para coger a tientas un tebeo más y leerlo bajo las sábanas con una linternita, cosa prohibida, muerto de miedo, muerto de placer.

En uno de mis viajes a Madrid de los últimos meses, tuve que esperar bastante en Atocha. Aun sin ser aficionado a los comics, paseé entre los puestos que había instalados, creo que era una feria de ocasión, y que ofrecían, como suele ser, un poco de todo. Pero más que nada, postales antiguas (compré una vista de S. que casi me salió al paso), cachivaches domésticos, juguetes viejos... y tebeos. No los buscaba, aparecieron de pronto en uno de los puestos más apartados, sin tanta gente alrededor: Diego Valor, el Gran Mekong, los sillones rojos voladores, las naves espaciales, Marte y sus satélites, Fobos y Deimos. Instintivamente, adelanté la mano para coger un ejemplar y ya estaba a punto de abrirlo cuando me detuve en seco: me sorprendí a mí mismo sin saber si quería volver a ver todo aquello que ya no era siquiera un recuerdo sino parte de mi propia vida y romper así esa memoria dispersa y selectiva que me habían dejado esos tebeos, acompañándome desde un piso de la calle Ibiza en Madrid hasta esa mañana en la estación de Atocha, tantos años después. El precio era asequible, había bastantes números, podría haberme hecho no con la colección completa pero sí con algunos números seguidos que me habrían devuelto un aroma conocido a papel áspero y tintas alternadas. Decidí que no. Dejé sin abrir el tebeo que tenía en las manos y miré a los paneles de horarios: mi tren ya tenía vía adjudicada.

Diego Valor, hoy reconvertido en científico prominente, ha tomado en su nave espacial esa fotografía increíble y detalladísima de Fobos. Al Gran Mekong no se le ve, acaso porque esté en Deimos preparando un ataque letal, éste sí, por fin, contra la flota terrestre. Sus sillones rojos voladores están ya a punto.

martes, 8 de abril de 2008

Ecos en construcción



El hecho de que sea tan joven engañará a muchos: su madurez está en sus ojos y en su mano capaz, enormemente diestra. Como tantos creadores genuinos, Graciela seguramente no sabrá explicar qué mueve su mano ni qué persiguen sus pinceles. Pero es seguro que los que vean sus cuadros sentirán que en ellos se esconde algo que alberga el germen de la creación auténtica. No exagero.

Su primera exposición individual, conseguida por propios méritos y organizada por el Colegio Oficial de Arquitectos de Castilla-La Mancha en su salón de exposiciones de Guadalajara (Teniente Figueroa, 14) se inaugura el jueves 10 de abril a las 19'30. Allí estaremos.

sábado, 5 de abril de 2008

Paisaje VIII

Por la tarde, al aliento del viento,
los recuerdos comienzan
a levantar su rostro
y a escuchar la voz del río. El agua
es, en la oscuridad, la misma de los años muertos.

En el silencio de la oscuridad asciende un chapoteo
por el que pasan voces y risas remotas;
acompaña al rumor un color vacuo
que es de soles, de riberas y de miradas claras.
Un verano de voces. Cada rostro contiene,
como fruto maduro, un sabor ido.

Cada ojeada que vuelve atrapa un gusto
a hierba y a cosas impreganadas de soles de tarde
en la playa. Retiene un aliento de mar.
Como mar nocturno es esta sombra vaga
de ansias y escalofríos antiguos que el cielo marchita
y devuelve cada tarde. Las voces muertas
se asemejan al romper de ese mar.






[9 de agosto de 1940]

Traducción de FPC