martes, 29 de julio de 2008

Hasta aquí

Echar el cierre, hoy, es abrir nuevas perspectivas. Viaje, paisajes nuevos, el mar. Todo por descubrir: siempre parece ser diferente, pese a repetirse cada año. Hace acto de presencia la calma y el horizonte se llena de horas gratas.

Igual que se las deseo a todos, a los que pasan por aquí y a los que no. Ahora toca descanso. Mañana, el mes que viene, ya se verá.

Felices vacaciones.

N.B.- Quise, pero mi desidia o mi incapacidad lo impidieron, dejar un obsequio aquí a la "dama del húmero" a la que deseo paciencia y compañía y buena literatura. Y estrellas que mirar. El verano y las escayolas pasan pronto: lo comprobarás.


(del diario cuasi vacacional de un jardinero, julio de 2008)

viernes, 18 de julio de 2008

¿Y...?

Terminado el curso, queda un vacío como de tristeza. Se van los que vinieron, se hizo lo que estaba previsto, más o menos, salió todo bien (es una exageración, siempre, pero indudablemente refleja un estado de ánimo en cuanto a los resultados), las tensiones acumuladas por culpa de unos u otros o de nadie han ido rebalsándose y hoy son un resto de algo que no se supo muy bien qué fue.

Sólo, supongo, la perspectiva al cabo de unos meses o años dará al hecho el lustre que ahora empaña la inmediatez a lo que ha sido. Para entonces ya no será necesario. Ya lo dije otra vez: no sé si prefiero quedarme o marcharme antes. Esta vez yo era el anfitrión, en casa: quedarse era obligado.

Pero entonces...

(del diario de un jardinero cursillista, julio de 2008)

domingo, 13 de julio de 2008

Las vueltas de la vida


...de pronto era el tren de la infancia,
el humo de la madrugada,
el verano alegre y amargo

PABLO NERUDA, Sueños de trenes


Ocupado en soterrar el tren y ganar, a la vez, un paisaje (a veces pienso cómo se me ocurrirán a mí estas cosas) no tendré mucho tiempo en los próximos días para recalar por aquí. Ya se sabe, vacaciones de docente. Porque lo cierto es que los amigos que vienen y otros nuevos que conoceré estos días harán del curso y sus trabajos una vacación.

Me acordaba esta mañana de mi abuelo materno, mi padrino, muerto hace mucho, señor serio y algo tirano por lo que oigo. Conmigo era severo y me hacía dibujar prestándome su compás, su bigotera, sus reglas, cosa impensable para otros nietos. Era ingeniero y trabajó toda su vida en ferrocarriles: lo que quiere decir que se jubiló en la RENFE, unificación de los diversos ferrocarriles de ancho ibérico en los años cuarenta. Fue él quien me inculcó el amor a los trenes, lo que para mí es casi un estilo poético, una preferencia para viajar y ver el paisaje, una invitación a la aventura, una muestra más de la inquietud humana: ver huir el paisaje y las gentes envueltos en humo, alejándose uno mismo en medio del estrépito. O ver pasar esa culebra perezosa y traqueteante entre lomas secas y siguiendo la curva abanicada por los chopos de un río invisible. Cruzar un puente metálico sobre el agua verde flanqueada de juncos y carrizos o atravesar un túnel negro como el betún. Sentir la incertidumbre de lo que aparecerá más allá. Experimentar un estremecimiento oculto, imperceptible para los demás, cuando se oye un silbido lejano, o la carretera cruza una vía y hay que detenerse en un paso a nivel para aguardar a que un tren bobinero, sucio, lleno de grafitis, tirado por una locomotora ruidosa y como avergonzada deje libre, otra vez, la carretera. Trenes rigurosamente míos gracias a un abuelo severo y, al decir de algunos, nada simpático. No le recuerdo yo así.

Confío en que no le parezca un sacrilegio esta aventura mía de soterrar el tren y de cubrirlo con un jardín. Vueltas que da la vida.

(del diario de un jardinero ocupado, julio de 2008)

lunes, 7 de julio de 2008

Corbata

Quienes me conocen saben que no soy afecto a esa tira que aprieta el cuello y uniformiza el aspecto.

Quienes me conocen saben que en determinadas circunstancias me la pongo porque los cánones no establecidos así lo exigen: y no me duelen prendas (o corbatas).

Pero no podía imaginar que después de aquella descorbatada transición íbamos a llegar al siglo XXI con un garante del encorbatamiento. ¿O he perdido la cuenta y estamos en el XIX?

Por cierto: no logro hacerme el Windsor. Así que, descorbatado.


(del diario formalista de un jardinero, julio de 2008)