Y así, enfrentado a la muerte auténtica y a este nuevo cavilar sobre los hombres, dejé a un lado mis esbozos y mis vacilaciones y me puse a escribir a toda prisa sobre Jack y su jardín. Esta sencilla frase que cierra la nada fácil y magistral El enigma de la llegada, resume dos de las constantes literarias de V.S. Naipaul: la búsqueda del lenguaje personal como escritor, depurado al máximo, económico, preciso; y la relación con el mundo exterior, siempre conflictiva, difícilmente asimilable. Insoslayable, como puede suponerse, para un emigrante que busca su vida en la metrópoli.
El largo camino que culmina con el descubrimiento del descubrir y con el enigma del llegar es en realidad una doble vía; el escritor se hace con el movimiento, con la huida así como el hombre termina por encontrarse a sí mismo cuando llega a lo buscado por el escritor, al estilo, a la forma de mirar y de narrar. Naipaul no ha cesado de viajar por el mundo sometiéndolo a un riguroso escrutinio y relatando lo visto, con un enfoque muy polémica no pocas veces. Buscándose a sí mismo o buscando al hombre, que tanto da, los viajes personales (primero a la metrópoli para estudiar, luego para explorar culturas que le resultaban retadoras, de tanto en tanto para presentar sus libros) son también su biografía literaria. Son bien conocidas sus posiciones políticas de tendencia izquierdista que han ido dejando paso a una notable irritación con el mundo en general, lo que le ha ganado críticas (su penetrante y actualísima Entre los creyentes es buena muestra de ello, nada complaciente con el mundo islámico pero no por ello menos sugestiva). Ha sido viajero occidental para investigar sus raíces hindúes (India, una civilización herida) pero ha ejercido de caballero inglés al estudiar los secretos de la política africana (Un camino en el mundo) y se ha sentido cercano a la historia del imperio británico en La pérdida de El Dorado.
La dificultad para calificar a este escritor de orígenes atípicos que seguramente se siente apátrida y cosmopolita al tiempo estriba en que su propia literatura, compuesta a partes más o menos iguales de libros de viajes, ensayos y narrativa, es en realidad una sola, original, plena de intención. La vida trasciende la ficción y la narración busca ser la vida. No hay modo de introducir el bisturí, por fino que sea, para discriminar lo que de biográfico y de inventado albergan sus libros. Su obra se conforma y se presenta como coherente y homogénea porque el autor lo es de toda ella, sí, pero sobre todo porque su mirada es una y singularísima. Naipaul ha hecho literatura del mirar y traducir a palabras las capas que va exfoliando de la realidad que le rodea: paisajes, relaciones humanas, tipos y gentes. No se trata de una mirada intensa que atraviesa hasta el fondo de una sola vez sino de un mirar paulatino, lento como la vida misma, moroso, minucioso hasta la exasperación, arqueológico en su sentido más exacto: a la busca de lo anterior y los principios.
Una casa para Mr. Biswas pasa por ser su novela más personal, preferida por muchos gracias a sus personajes, a sus diálogos frescos y auténticos. Hay quien elegiría algo menos conocido como Finding the centre, libro en que Naipaul, en dos relativamente breves narraciones, atisba parte de sus orígenes en Trinidad y muestra el proceso interno de su propia escritura.
Para mí, sin embargo, los trazos algo gruesos, pero conmovedores, de los personajes que habitan Miguel Street, la primera novela suya que leí hace ya más de 30 años, junto con la sensación de derrota humana y la imagen de los jacintos de agua de Un recodo en el río, son sencillamente inolvidables. De vez en cuando hojeo algunas páginas de estos u otros de sus libros para descubrir con esa misma mirada suya, arqueológica, algunos orígenes o principios que, como a él, me permitan comprender lo más posible del mundo y de mí mismo.
El largo camino que culmina con el descubrimiento del descubrir y con el enigma del llegar es en realidad una doble vía; el escritor se hace con el movimiento, con la huida así como el hombre termina por encontrarse a sí mismo cuando llega a lo buscado por el escritor, al estilo, a la forma de mirar y de narrar. Naipaul no ha cesado de viajar por el mundo sometiéndolo a un riguroso escrutinio y relatando lo visto, con un enfoque muy polémica no pocas veces. Buscándose a sí mismo o buscando al hombre, que tanto da, los viajes personales (primero a la metrópoli para estudiar, luego para explorar culturas que le resultaban retadoras, de tanto en tanto para presentar sus libros) son también su biografía literaria. Son bien conocidas sus posiciones políticas de tendencia izquierdista que han ido dejando paso a una notable irritación con el mundo en general, lo que le ha ganado críticas (su penetrante y actualísima Entre los creyentes es buena muestra de ello, nada complaciente con el mundo islámico pero no por ello menos sugestiva). Ha sido viajero occidental para investigar sus raíces hindúes (India, una civilización herida) pero ha ejercido de caballero inglés al estudiar los secretos de la política africana (Un camino en el mundo) y se ha sentido cercano a la historia del imperio británico en La pérdida de El Dorado.
La dificultad para calificar a este escritor de orígenes atípicos que seguramente se siente apátrida y cosmopolita al tiempo estriba en que su propia literatura, compuesta a partes más o menos iguales de libros de viajes, ensayos y narrativa, es en realidad una sola, original, plena de intención. La vida trasciende la ficción y la narración busca ser la vida. No hay modo de introducir el bisturí, por fino que sea, para discriminar lo que de biográfico y de inventado albergan sus libros. Su obra se conforma y se presenta como coherente y homogénea porque el autor lo es de toda ella, sí, pero sobre todo porque su mirada es una y singularísima. Naipaul ha hecho literatura del mirar y traducir a palabras las capas que va exfoliando de la realidad que le rodea: paisajes, relaciones humanas, tipos y gentes. No se trata de una mirada intensa que atraviesa hasta el fondo de una sola vez sino de un mirar paulatino, lento como la vida misma, moroso, minucioso hasta la exasperación, arqueológico en su sentido más exacto: a la busca de lo anterior y los principios.
Una casa para Mr. Biswas pasa por ser su novela más personal, preferida por muchos gracias a sus personajes, a sus diálogos frescos y auténticos. Hay quien elegiría algo menos conocido como Finding the centre, libro en que Naipaul, en dos relativamente breves narraciones, atisba parte de sus orígenes en Trinidad y muestra el proceso interno de su propia escritura.
Para mí, sin embargo, los trazos algo gruesos, pero conmovedores, de los personajes que habitan Miguel Street, la primera novela suya que leí hace ya más de 30 años, junto con la sensación de derrota humana y la imagen de los jacintos de agua de Un recodo en el río, son sencillamente inolvidables. De vez en cuando hojeo algunas páginas de estos u otros de sus libros para descubrir con esa misma mirada suya, arqueológica, algunos orígenes o principios que, como a él, me permitan comprender lo más posible del mundo y de mí mismo.