
Un 12 de febrero fue motivo de sarcasmo cuando aquel carnicerito llorón que el general designó para una ficción de apertura se inventó una participación de opereta en el año 1974. El que se llamó "espíritu del 12 de febrero" nos hizo reír a muchos para poder, al menos con el humor, conjurar los negros nubarrones que veíamos cernirse sobre un futuro que, como se vio después, estaba a sólo año y medio de distancia. Por fortuna, aquel espíritu, el general y su carnicerito llorón eran ya (aunque no lo sabíamos y aún habían de costar mucho dolor), casi, historia.
Otro 12 de febrero nos hizo, en cambio, llorar a muchos. Yo aún recuerdo el sentimiento de estupor que sentí al escuchar la noticia por la radio. Trabajaba entonces en la periferia sur de Madrid y supongo que mis sentimientos más "rojos" (nunca lo he sido tanto) estaban a flor de piel. Las Malvinas y Thatcher no quedaban tan lejos. Bien presentes, las huelgas de los mineros británicos o la ridícula pero amenazante presencia de Reagan. La serie televisiva "V", entretenida y bien hecha, sirvió para que el actor presidente fuera representado en esas ocasiones como un lagarto disfrazado. No se me olvida, creo que fue en el 85, la sucesión de manifestaciones contra su visita y la política de la que se nos quería hacer partícipes.
Mi memoria de aquel invierno es la de una época muy gris: el culmen fue aquel 12 de febrero, un día, por el contrario, radiante y luminoso en Madrid, si no recuerdo mal. Mi viaje en metro hasta Atocha. El cercanías hasta Fuenlabrada. Y todo el rato, compartido con algunos de mis compañeros de tren y de trabajo, pensando lo mismo: ha muerto Julio Cortázar. Excuso decir que tardé en creérmelo; hasta constatarlo en los periódicos del día siguiente.
Releí algunos cuentos entonces. Los sigo releyendo ahora, a salto de mata. Me vienen a la memoria algunos títulos que suenan hoy como claves para iniciados:
Lugar llamado Kindberg,
Continuidad de los parques,
Casa tomada,
Queremos tanto a Glenda,
Las babas del diablo,
Cefalea,
Apocalipsis en Solentiname,
Orientación de los gatos,
Botella al mar,
La autopista del sur (no hay atasco en el que me vea ahora que no me recuerde este cuento, supongo que es algo general para los lectores del argentino),
El perseguidor,
La isla a mediodía (¿quién no quiso entonces volar al Egeo?) o
Manuscrito hallado en un bolsillo (yo que fui usuario del entonces modesto metro de Madrid tanto tiempo, llevé en el bolsillo el plano del de París para seguir en la lectura los movimientos subterráneos y azarosos del protagonista).
Habría tantos nombres y títulos que decir que no quiero convertir esta entrada en un monumento grabado de arriba a abajo. Prefiero el hueco que su silencio nos dejó entonces. Dejo escrito sin embargo que mi entrada en este mundo de las bitácoras viene determinada por Julio Cortázar: porque de las primeras que leí y que me mostró el modo de hacerlo (un modo que envidio, por cierto) y la primera, si no recuerdo mal, en la que dejé un comentario (dicho sea de paso, pedante) es
aquella cuyo nombre alude al título del libro más famoso de Cortázar y con cuyo autor (aun sin conocernos personalmente) tengo una relación bitacorera de amistad, me atrevería a decir.
Hay un texto algo críptico y muy hermoso, breve, de Julio Cortázar, titulado
Prosa del Observatorio. No es, ni mucho menos, el primero que compré de él (antes estuvieron muchos otros, como por ejemplo este de portada, en el diseño original de la colección Alianza Tres, también del año 74). Termina con una frase que sigue formulando el deseo de que seamos lo que debemos ser y no lo que los carniceritos, Thatcher, Reagan, nuestro general (y sus colegas argentinos que tomaron las Falkland) y los que son como ellos quisieron y quieren de continuo que seamos:
pero lo abierto sigue ahí, pulso de astros y anguilas, anillo de Moebius de una figura del mundo donde la conciliación es posible, donde anverso y reverso cesarán de desgarrarse, donde el hombre podrá ocupar su puesto en esa jubilosa danza que alguna vez llamaremos realidadEl texto, escrito en París en 1971, sigue, me parece a mí, teniendo vigencia. Valga como homenaje y recuerdo emocionado, aunque sólo sea por la cantidad de horas de mi vida (en lecturas de sillón y de bamboleo en el metro, en los parques continuos y en las playas de las vacaciones) que, como tantos otros, le he dedicado. Y por todas las que, en esa supuesta isla, le seguiré dedicando..