lunes, 28 de enero de 2008

Otra voz

Y por añadidura, me encuentro a los dos días de escribir la entrada anterior, un texto jugoso que habla de otras cosas pero que remite, me parece a mí, a esa preocupación que me produce la cuestión procesal, el sentido inspirador de la administración de justicia. Dado que lo dice uno de esos escritores de cabecera que uno tiene y que ha leído siempre con frución y que se trata de un libro ya antiguo (1977) pero publicado ahora en España, no resisto la tentación de recoger el párrafo en cuestión que, insisto, parece dirigirse hacia donde yo mismo me dirigía. Lo que parece señalar que, en efecto, en todas partes cuecen habas. El realzado en verde, claro es, es cosa mía.


"Y a propósito de Los demonios de Loudun, la película presentada en Venecia, primero secuestrada y luego autorizada, debo decir que así como la decisión de secuestrarla obedecía al menos a una norma legal, en cambio los motivos esgrimidos en la orden para alzar el secuestro me han dejado bastante perplejo. Dicho de otro modo, me parece que hay más autoridad en la orden de autorización que en la de secuestro. (Entendámonos; aunque considere -y no es cosa de hoy, pues en estos términos respondí hace muchos años a una encuesta sobre la censura que hizo una revista de cine-, aunque considere que una sociedad, cuando es realmente sociedad, no puede ni debe renunciar a un ejercicio reglamentado de la censura, en el punto en el que nos hallamos soy partidario de su abolición total, para que así se toque más rápidamente el fondo de la pornografía y el sadismo.)
En resumidas cuentas, el magistrado que alza el secuestro en nombre de la verdad histórica y artística de la obra me parece más autoritario que aquel que, por una interpretación quizá restrictiva de la ley, ordena su secuestro. Éste se remite a la ley, la aplique o no con rigor; el primero, en cambio, haciendo gala de una sensibilidad y de un juicio con los que puede lucirse en un salón o en un debate cultural, pero que no valen nada en un tribunal (donde un chico que ha robado cuatro naranjas puede ser condenado a dos o tres años de cárcel), apela al arte y a la historia, al valor artístico y a la verdad histórica. Pero una cosa es decir: absuelvo para que caiga en desuso una ley de hecho superada e inaplicable -y que cada cual exprese y represente lo que siente, lo que quiere-; y otra muy distinta decir: absuelvo porque el hecho representado por estas imágenes ha ocurrido realmente y porque, por siniestras, obsesivas y violentas que sean, el arte les infunde un significado más elevado y las redime. (Aparte de que ya va siendo hora de que digamos que el arte no redime absolutamente nada.)"

LEONARDO SCIASCIA
Negro sobre negro, pp.78-79

viernes, 25 de enero de 2008

Sentimientos encontrados

Hay algunas convicciones profundas que normalmente se reflejan en las que, más ligeras, uno expresa en alta voz en conversaciones muy diversas. Lo que late por dentro es la parte más importante de ese iceberg que somos.

Entre mis convicciones más profundas está la de que la justicia (una base fundamental entre las poquísimas fundamentales que tiene la democracia) es, sobre todo, proceso. Mis escasos estudios de filosofía del derecho han reforzado en mí la idea de que ese "baile de salón" de pruebas, recursos y salidas varias que tienen a su disposición los acusados y las víctimas de los delitos es absolutamente imprescindible. Como nos saltemos un paso, el ritmo se derrumba: la siguiente vez podremos saltárnoslo para otras cosas y el proceso, establecido como una ley aceptada (y en la práctica, aprobada por un parlamento democrático) se irá al garete. La garantía de que la ley es ley (aparte de su aplicación, que depende de nosotros, personas) es que se respeta en su proceso: o, dicho de otro modo, que no se pueda hacer aplicación retorcida de la misma a favor de uno aunque se dispone de los medios para exigirlo casi todo. Cuando en el curso racional del proceso ocurre esto, los jueces deben buscar lo que entiendan que mejor imparta justicia: y los políticos apresurarse a corregir los fallos de la legislación para que no haya (imposible que no los haya tratándose de tareas humanas) errores.

Viene esta reflexión a cuento de dos asuntos muy dispares. Cuando veo a la alcaldesa (hoy es ella pero otros días fueron otros) que acude a Madrid (allí se entiende de esos delitos) y sale en libertad, fuera de mi convicción personal de que ella, personalmente, no me perdonaría la vida, me siento inmensamente satisfecho: acude, rodeada de amigos o secuaces, a declarar; se la ha citado y ella, a regañadientes, sin reconocer la justicia que la llama, acude, porque la justicia puede obligarla a ir detenida y ella, en uso de su libertad, acude libremente; acude porque en un país como el nuestro la justicia que la convoca le permite acudir con testigos, abogados, saludar y hablar con periodistas a la salida; acude porque, pese a lo que dicen sus amigos, la tortura no es la norma sino la excepción (y aun así hay que demostrarla) y, finalmente, acude y sale libre, aun bajo las miradas vigilantes de muchos, porque un juez que no es amigo suyo, que quizás está amenazado por aquellos a los que ella mandó un saludo ("¡os queremos!") y en el cumplimiento del deber de un empleo que ha elegido con afán de servicio (las más de las veces), aplica la ley y la encuentra (quizás de momento) no culpable. Me satisface que el proceso permita a todos estos ciudadanos que sean ciudadanos libres a pesar de que mi convicción y sus actitudes y sus actos, juzgados desde la perspectiva humana, sin más, me dicen que son otra cosa.

Mi satisfacción se viene abajo cuando leo que otro ciudadano libre, un conductor del que se probó que había bebido, que iba a mucha mayor velocidad de la permitida (hoy todo eso sería delito) y mató a un chico que iba en bicicleta, reclama hoy a la familia el arreglo de los desperfectos y el pago de los trastornos causados por el accidente en una cuantía, como es natural, elevadísima. Me desconcierta esta aplicación cínica y retorcida de la ley, tan típica de algunas series norteamericanas (no sé si la realidad es así, pero parece que sí). Yo confío en que el proceso que permite esta reclamación tope, en esta ocasión, con un juez que mantenga la cabeza en su sitio.

Pero ¿entonces? ¿Son tan hondas mis convicciones como yo pensaba? ¿O somos sólo los humanos quienes pervertimos aquello mismo en lo que confiamos? Si el proceso desaparece, en qué queda la justicia: aplicación de la convicción, de la pura moral "natural" que, como ya se ha visto y dijeron no pocos filósofos, no existe. O lo que es peor: convertirnos en un estado confesional (de la confesión que sea) que sustente la "justicia" mediante creencias: para mí, la peor de las posibilidades y no tan lejana si se piensa en lo difícil del cambio y en lo cercano que tenemos los ejemplos de algunas religiones monoteístas. Creo que cualquiera que haya aprobado lo que Hume escribió al respecto estará de acuerdo en que esta posibilidad es, sencillamente, demoledora.

Me quedo aturdido, más que lo estoy, saliente de gripe.

(del diario de un jardinero preocupado, enero de 2008)

jueves, 24 de enero de 2008

Regreso

Hasta los aniversarios se me pasan en este asunto viral que me ha dejado baldado. No creía yo que fuera para tanto... Gracias a todos los que os habéis interesado por mi salud, era sólo gripe.


(del diario de un jardinero recuperado, o casi, enero de 2008)

viernes, 18 de enero de 2008

Virus

Hay un momento en que, sin venir a cuento, se nota una aspereza en la garganta que no responde a causa aparente alguna.

Pican los ojos después, cosa fácilmente atribuible al ordenador y al mucho trabajo.

Llegado a casa, se nota entonces un dolor articular y un cierto aire febril. Décimas, tan sólo. Pero de golpe todo encaja. Y los montones de papeles, las tareas que esperan, los plazos que deben cumplirse se emborronan como por efecto de la fiebre incipiente.

Alea jacta est: la tarde en cama.

(del diario de un jardinero griposo, enero de 2008)

viernes, 11 de enero de 2008

Everest

El café matutino me trae la noticia de la muerte de Hillary. Edmund Hillary. Muchos hoy no sabrán quien fue. Y a mí me cuesta nombrarlo a él solo. Porque en mi niñez Hillary y Tensing (escrito así, antes de que se implantara el pinyin) fueron dos héroes que alimentaron ensoñaciones de futuro.

No era difícil soñar. Mi primera infancia fue, supongo que como la de todos, una entremezcla de realidades y ficciones: el mundo de los niños es así. Todavía veo un cartel de Eisenhower en un escaparate vacío en una esquina de una calle de Madrid: formaba parte de la propaganda de la visita del entonces presidente. No sé por qué, muchos años después, asocié ese escaparate gris y desnudo con unas páginas de una novela de Musil. Recuerdo que se hablaba entonces mucho de los sputnik y de la "perrita" (nunca se decía de otra manera) Laika. Castro era otra mención frecuente e, inexplicablemente, vinculo su mención a una mujer planchando en casa, no sé quién era. La televisión entró por aquel entonces en nuestra casa: un cajón con imágenes tan blancas, negras y grises como la realidad circundante del Madrid de esos años 50. El único color, auténtico, venía del verano, en S.


Hoy, con mis articulaciones un tanto tocadas, no me veo como alpinista aunque intenté en una ocasión formar parte de un grupo de montaña. Pero entonces, como muchos otros de mis compañeros, quería ascender al Everest. Sin oxígeno. Y claro es, con Tensing.


(del diario infantil de un jardinero, enero de 2008)

lunes, 7 de enero de 2008

Regalos


Al agradecimiento por un regalo, se suma en este caso la gratitud por darme un quehacer que cada vez es más apetecido por mí: la lectura.

Mi librero (Castroviejo, no sólo librero sino amigo), de forma sorpresiva, sin venir a cuento, me regala La novela de Ferrara, un tomazo con la narrativa de Bassani, del que sólo había leído La garza (en una edición de Seix Barral en traducción del poeta Narcís Comadira) y El jardín de los Finzi-Contini, en la misma traducción que la del tomazo, de Carlos Manzano. La misma mañana del 6, arañando tiempo de las obligaciones y de los compromisos me embarco en la lectura: me lleva a un mundo que ya me resulta familiar, lleno de esa poética en que consiste la novela (la narrativa, por extensión) y que señalaba Kundera (cito de memoria), a saber, que la novela trata no de lo que ocurre en la realidad sino de las posibilidades de la realidad. Aquellos ferrareses de finales del XIX y principios del XX ¿qué tienen que ver conmigo? Que son como yo, otras posibilidades de la misma realidad, otros seres humanos metidos en su agujero cercado de compromisos y obligaciones, cada cual en su agujero y con su cerco correspondiente. Como esos minivolcanes de picón negro, en Lanzarote, en los que se cultivan las vides: vistos desde el aire aparecen todos iguales. Desde el aire: la perspectiva del novelista.


Junto a mi zapato (es un decir) apareció ayer otro tomazo que duplica una obra que ya tengo, aunque en tres volúmenes: los Ensayos de Michel de Montaigne. No quiero pasar por excelente conocedor de su obra, porque no lo soy. Lo he estudiado a retazos y he leído con atención, digamos técnica, por motivos jardineros, su Journal de voyage. Este otro tomo no es un libro para devorar. Requiere otra lectura, quizá más dispersa, más fragmentaria, una lectura de ida y vuelta que, súbitamente, arroja luz sobre algún aspecto de nuestra naturaleza más íntima, una veta desconocida, un goteo imperceptible, un yacimiento en que ganga y mena se mezclan de manera inextricable. Hacia esos nudos se encamina el ensayista (y Montaigne es, seguramente, el primero de todos) para hablarnos de la amistad, de Creso, de las milicias romanas o de los caballos destreros, los que caminan descansados a la mano derecha del jinete para servir de caballos de refresco en la batalla, o en una cabalgada. Como la lectura, que también es destrera: ahí está, en medio de otras obligaciones y compromisos para sacarnos de nosotros mismos y descansarnos por dentro. Desde dentro, como un minero: la perspectiva del filósofo.

Sólo anticipar las horas que pueda dedicar a estas dos lecturas ya me hace estar agradecido, a mi librero y la reina maga de mi zapato. Son los mejores de entre varios otros recibidos, todos buenos y, algunos, hasta prácticos. Aunque nada más práctico en mi caso, ya digo, que un libro.

Y, lo que son las cosas: leyendo por encima, para abrir boca, la completa cronología de Montaigne que acompaña a su libro me encuentro, de repente, con que la primera edición conocida en italiano de los Ensayos se publicó... en Ferrara.

Qué voy a decir: estaba escrito.

miércoles, 2 de enero de 2008

¿Nuevo?

Cuando dicen (decimos) 'nuevo': ¿nos referimos sólo al número? Porque las matanzas tribales, los fraudes electorales, las andanadas victimistas y los terroristas equidistantes, los ataúdes de chatarra en las carreteras y (pese a los cambios del clima, existan o no) el tiempo, además de otras muchas cosas, parecen lo mismo.

Afortunadamente, otras, como el Requiem de Fauré, siguen siendo las mismas, renovadas por no se sabe qué magia. ¿O acaso es que tengo auriculares nuevos, como el número?

(del diario, ya viejo, de un jardinero ya no tan joven, enero de 2008)