Dicen siempre (son cosas aprendidas del cine yanqui): no es nada personal. Luego se llaman mentirosos, manipuladores, sectarios, tramposos, indecentes. Después sonríen otra vez, se despiden con un apretón de manos. Porque en efecto, no hay nada personal.
Si en el uso de mi dignidad comprometiera mi palabra y fallara y lo ocultara y me llamaran mentiroso, manipulador, sectario, tramposo, indecente, no sé qué haría. No soy violento y me acobardo fácilmente: no me defendería con los puños. Quizá me faltara el valor de admitir lo que hice, y sus consecuencias, o estuviera tentado de abandonar mi puesto aun sin llegar a hacerlo, como tantos. Lo que sí sé es que me molestaría enormemente: mi malestar interior sería tan grande que me enojaría, me irritaría, me alteraría. Quizá no podría dormir esa noche, y otras. ¿Mentiroso, tramposo, indecente? ¿Yo? Pero claro, es que yo me lo tomaría de manera personal.
Y ellos ¿cómo lo hacen?
Si en el uso de mi dignidad comprometiera mi palabra y fallara y lo ocultara y me llamaran mentiroso, manipulador, sectario, tramposo, indecente, no sé qué haría. No soy violento y me acobardo fácilmente: no me defendería con los puños. Quizá me faltara el valor de admitir lo que hice, y sus consecuencias, o estuviera tentado de abandonar mi puesto aun sin llegar a hacerlo, como tantos. Lo que sí sé es que me molestaría enormemente: mi malestar interior sería tan grande que me enojaría, me irritaría, me alteraría. Quizá no podría dormir esa noche, y otras. ¿Mentiroso, tramposo, indecente? ¿Yo? Pero claro, es que yo me lo tomaría de manera personal.
Y ellos ¿cómo lo hacen?
(del diario de un jardinero perplejo, febrero postdebático de 2008)