Bajo a la peluquería para adecentarme. M. dice que rejuvenezco si me corto el pelo. Sé que con greñas voy peor (y tampoco lo son tanto). Pero la peluquería me produce una pereza invencible.
En fin, bajo. Desde hace ya muchos años frecuento peluquerías cercanas a casa (lo que quiere decir que he pasado por numerosas) porque una vez acabado el repaso, necesito darme una ducha y lavarme la cabeza. Desde niño no tolero los pelillos que se meten por el cuello y me pican por toda la espalda. Esa elección, me refiero a la peluquería, significa que desde hace muchos años no entro en una peluquería "masculina": han ido desapareciendo conforme los varones iban arrimándose a las "femeninas" para teñirse, cortarse y marcarse, darse mechas y hacerse toda clase de tratamientos en el pelo. O eso o calvos, no parece haber muchas otras opciones.
Me siento, pues. Y empieza la tortura. En la radio, a todo trapo, el "anda ya, anda ya". Toda clase de cosas indiscifrables en las ondas mientras la tijera chasquea cerca de una oreja, o la otra. Y la peluquera, entiéndase, simpática, amable, que pregunta:
- ¿Salís de vacaciones este año?
Trago saliva, carraspeo, y pregunto qué me ha preguntado. Para ganar tiempo. Doy una respuesta vaga. En realidad no sé qué decir. ¿De dónde saca que soy un "somos"? ¿Cómo sabe que no vacaciono en invierno? ¿Cómo sabe siquiera que vacaciono? Soy decididamente un insociable.
Me gustaban más los mellizos Ruiz, pintorescos los dos, cada uno a su modo, con el pelo de colores fantásticos en la gama de los paja y zanahoria, con el espejo de enseñar el corte montado sobre una raqueta de tenis: una originalidad (porque en la radio ponían "anda ya, anda ya", como corresponde). Y ellos preguntaban:
- ¿Salís de vacaciones este año?
Pero antes de que yo tragara saliva, carraspeara y preguntara qué había preguntado el mellizo que me cortara, ya se había lanzado, el que fuera, pero si no su hermano, a contar que ese año iba allí o acá. No de otra forma supe, sin decir adónde iba yo nunca, que el uno le tenía miedo al agua cuando le alcanzaba las canillas y el otro en cambio era un submarinista avezado: viajó un año a uno de esos sitios del que tengo escrito (sin haber ido) algunas páginas con ínfulas de cuento. Las Maldivas. Malé, capital del archipiélago.
Yo, en cambio, sigo sin saber decir si saldremos o no.
En fin, bajo. Desde hace ya muchos años frecuento peluquerías cercanas a casa (lo que quiere decir que he pasado por numerosas) porque una vez acabado el repaso, necesito darme una ducha y lavarme la cabeza. Desde niño no tolero los pelillos que se meten por el cuello y me pican por toda la espalda. Esa elección, me refiero a la peluquería, significa que desde hace muchos años no entro en una peluquería "masculina": han ido desapareciendo conforme los varones iban arrimándose a las "femeninas" para teñirse, cortarse y marcarse, darse mechas y hacerse toda clase de tratamientos en el pelo. O eso o calvos, no parece haber muchas otras opciones.
Me siento, pues. Y empieza la tortura. En la radio, a todo trapo, el "anda ya, anda ya". Toda clase de cosas indiscifrables en las ondas mientras la tijera chasquea cerca de una oreja, o la otra. Y la peluquera, entiéndase, simpática, amable, que pregunta:
- ¿Salís de vacaciones este año?
Trago saliva, carraspeo, y pregunto qué me ha preguntado. Para ganar tiempo. Doy una respuesta vaga. En realidad no sé qué decir. ¿De dónde saca que soy un "somos"? ¿Cómo sabe que no vacaciono en invierno? ¿Cómo sabe siquiera que vacaciono? Soy decididamente un insociable.
Me gustaban más los mellizos Ruiz, pintorescos los dos, cada uno a su modo, con el pelo de colores fantásticos en la gama de los paja y zanahoria, con el espejo de enseñar el corte montado sobre una raqueta de tenis: una originalidad (porque en la radio ponían "anda ya, anda ya", como corresponde). Y ellos preguntaban:
- ¿Salís de vacaciones este año?
Pero antes de que yo tragara saliva, carraspeara y preguntara qué había preguntado el mellizo que me cortara, ya se había lanzado, el que fuera, pero si no su hermano, a contar que ese año iba allí o acá. No de otra forma supe, sin decir adónde iba yo nunca, que el uno le tenía miedo al agua cuando le alcanzaba las canillas y el otro en cambio era un submarinista avezado: viajó un año a uno de esos sitios del que tengo escrito (sin haber ido) algunas páginas con ínfulas de cuento. Las Maldivas. Malé, capital del archipiélago.
Yo, en cambio, sigo sin saber decir si saldremos o no.
(del diario de un jardinero rapado, casi julio ya de 2008)