viernes, 25 de enero de 2008

Sentimientos encontrados

Hay algunas convicciones profundas que normalmente se reflejan en las que, más ligeras, uno expresa en alta voz en conversaciones muy diversas. Lo que late por dentro es la parte más importante de ese iceberg que somos.

Entre mis convicciones más profundas está la de que la justicia (una base fundamental entre las poquísimas fundamentales que tiene la democracia) es, sobre todo, proceso. Mis escasos estudios de filosofía del derecho han reforzado en mí la idea de que ese "baile de salón" de pruebas, recursos y salidas varias que tienen a su disposición los acusados y las víctimas de los delitos es absolutamente imprescindible. Como nos saltemos un paso, el ritmo se derrumba: la siguiente vez podremos saltárnoslo para otras cosas y el proceso, establecido como una ley aceptada (y en la práctica, aprobada por un parlamento democrático) se irá al garete. La garantía de que la ley es ley (aparte de su aplicación, que depende de nosotros, personas) es que se respeta en su proceso: o, dicho de otro modo, que no se pueda hacer aplicación retorcida de la misma a favor de uno aunque se dispone de los medios para exigirlo casi todo. Cuando en el curso racional del proceso ocurre esto, los jueces deben buscar lo que entiendan que mejor imparta justicia: y los políticos apresurarse a corregir los fallos de la legislación para que no haya (imposible que no los haya tratándose de tareas humanas) errores.

Viene esta reflexión a cuento de dos asuntos muy dispares. Cuando veo a la alcaldesa (hoy es ella pero otros días fueron otros) que acude a Madrid (allí se entiende de esos delitos) y sale en libertad, fuera de mi convicción personal de que ella, personalmente, no me perdonaría la vida, me siento inmensamente satisfecho: acude, rodeada de amigos o secuaces, a declarar; se la ha citado y ella, a regañadientes, sin reconocer la justicia que la llama, acude, porque la justicia puede obligarla a ir detenida y ella, en uso de su libertad, acude libremente; acude porque en un país como el nuestro la justicia que la convoca le permite acudir con testigos, abogados, saludar y hablar con periodistas a la salida; acude porque, pese a lo que dicen sus amigos, la tortura no es la norma sino la excepción (y aun así hay que demostrarla) y, finalmente, acude y sale libre, aun bajo las miradas vigilantes de muchos, porque un juez que no es amigo suyo, que quizás está amenazado por aquellos a los que ella mandó un saludo ("¡os queremos!") y en el cumplimiento del deber de un empleo que ha elegido con afán de servicio (las más de las veces), aplica la ley y la encuentra (quizás de momento) no culpable. Me satisface que el proceso permita a todos estos ciudadanos que sean ciudadanos libres a pesar de que mi convicción y sus actitudes y sus actos, juzgados desde la perspectiva humana, sin más, me dicen que son otra cosa.

Mi satisfacción se viene abajo cuando leo que otro ciudadano libre, un conductor del que se probó que había bebido, que iba a mucha mayor velocidad de la permitida (hoy todo eso sería delito) y mató a un chico que iba en bicicleta, reclama hoy a la familia el arreglo de los desperfectos y el pago de los trastornos causados por el accidente en una cuantía, como es natural, elevadísima. Me desconcierta esta aplicación cínica y retorcida de la ley, tan típica de algunas series norteamericanas (no sé si la realidad es así, pero parece que sí). Yo confío en que el proceso que permite esta reclamación tope, en esta ocasión, con un juez que mantenga la cabeza en su sitio.

Pero ¿entonces? ¿Son tan hondas mis convicciones como yo pensaba? ¿O somos sólo los humanos quienes pervertimos aquello mismo en lo que confiamos? Si el proceso desaparece, en qué queda la justicia: aplicación de la convicción, de la pura moral "natural" que, como ya se ha visto y dijeron no pocos filósofos, no existe. O lo que es peor: convertirnos en un estado confesional (de la confesión que sea) que sustente la "justicia" mediante creencias: para mí, la peor de las posibilidades y no tan lejana si se piensa en lo difícil del cambio y en lo cercano que tenemos los ejemplos de algunas religiones monoteístas. Creo que cualquiera que haya aprobado lo que Hume escribió al respecto estará de acuerdo en que esta posibilidad es, sencillamente, demoledora.

Me quedo aturdido, más que lo estoy, saliente de gripe.

(del diario de un jardinero preocupado, enero de 2008)

3 comentarios:

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Haciendo caso de lo que en otro blog –el de Bayal- se dice respecto a lo bueno y conveniente que resulta leer hasta tres veces algunas cosas que merecen tal atención, así he hecho con estas entradas tuyas (Sentimientos encontrados y Otra voz). Enjundiosas, ponderadas, bien escritas y sin desperdicio. Respecto de la primera, a los dos casos elegidos, añadiría un tercero -por seguir con el tres como arbitraria referencia-. Sería el del proceso contra el que fuera presidente del parlamento vasco. En el primero de los asuntos procesales a los que te refieres, la resolución era fruto de una mecánica engrasada, justa y ejemplar. Aunque sus resultados pudieran despertarnos recelos, quedaban éstos suficientemente mitigados en la confianza del sistema judicial. En el segundo de los casos, aun no existiendo resolución final, la sola apertura del proceso te sugería dudas sobre la perversión que pudiera darse en la utilización de un sistema razonablemente bien construido y sin embargo vulnerable a asaltos tales. En el tercero que añado, la perversión viene de quien habiéndosele administrado justicia según un proceso impecable, y amparándose en sus privilegios sociales, pervierte no el sistema, sino la confianza en el mismo desde posiciones de poder. Lo que, a mi juicio, es extraordinariamente grave por la carga ejemplar que para la sociedad representa el comportamiento de determinadas personalidades políticas. No quisiera alargarme más, que no es lugar. Sólo concluir que debe ser no sólo modelo procesal, sino de comportamiento, el que ejercido por el primero de los ejemplos aludidos aplica la ley, interpretándola –no hay otra manera-, pero sin forzarla, manteniendo escrupulosamente las formas –que son garantía de convivencia en un asunto judicial y en la vida diaria- e identificando a las víctimas con precisión –labor que es la que debe afrontar la judicatura en el segundo de los casos con especial cuidado-. Pero, en esto como en todo, lo humano, también sus obras y leyes, resulta sobremanera vulnerable, paradójicamente, a lo humano.

Un abrazo.

Portarosa dijo...

Ese cinismo del que hablas en el segundo caso se lo achaco yo a la abogacía. No sé dónde está la línea que separa la imparcialidad, el tratar de que alguien, haya hecho lo que haya hecho, sea justamente (ojo, justamente) defendido, entre otras cosas para que todo se pruebe y nada se suponga, y el cinismo de tratar de que salga exculpado un culpable.
¿Cuántos abogados se niegan a defender un caso si saben que es justa la pena que pide el fiscal? ¿Deberían negarse?

En una obra (teatral, creo) de W. Allen juzgaban en el cielo a un abogado por todas las injusticias que había propiciado. Él se defendía con el derecho, con el "procedimiento" en la mano, y Dios le decía que sí, que muy bien, pero que él sabía de sobra lo que había estado bien y lo que había estado mal, y que por eso sería premiado o, en su caso, castigado.

Un abrazo.

FPC dijo...

Sabía yo que no debía meterme en este berenjenal. Lo que decís es muy justo... pero siempre encuentro matices que le pondría si hubiéramos de discutir sobre el asunto...
Quizás lo que quería decir era, justamente, que me pierdo en esos matices y que creo que son los importantes en eso tan resbaladizo que consiste en que un ser humano juzgue a otro y le imponga un castigo.
Y está claro, Diarios, que el modelo no debe ser sólo procesal, pero a la vista de nuestra indigencia moral, el procedimiento cobra importancia máxima. Y está claro Porto, que los abogados aportan una cantidad no despreciable de malicia al proceso, pero también lo está que debemos utilizarlos porque en los vericuetos de la ley no es posible, casi nunca, defenderse o acusar uno mismo.
En todo caso, un abrazo a los dos y gracias por vuestros comentarios.