miércoles, 21 de marzo de 2007

District & Circle

Recuerdo la época en que cogía el metro hasta Richmond, para luego transbordar al tren que me llevaba a Twickenham. Sabía la sucesión de estaciones que se anunciaba, con el tren detenido, en los altavoces de los andenes, mientras las puertas permanecían abiertas. Sabía en cuáles paraba el convoy en ligera curva y en las que la voz metálica prevenía "mind the gap". Otras veces cogía el tren en Waterloo, si me pillaba mejor, y llegaba por la línea de Clapham Junction hasta mi estación de destino. Pero el metro era más rápido y frecuente.

No había vuelto a pensar en la línea verde que se conjuga con la amarilla, la District con la Circle, compartiendo algunos tramos de sus respectivos recorridos. Claro que había visitado Londres algunas otras veces pero, al amparo de otras preocupaciones, el asunto de las estaciones se había desvanecido en mi memoria. Los nombres de esas u otras líneas (Bakerloo, Central, Piccadilly) no despertaban ningún eco; habían pasado a ser, sencillamente, nombres familiares, sin más. Que el recuerdo seguía ahí lo sé porque aún puedo recordar, ya no todas en su orden, las estaciones del ramal de Earl's Court a Turnham Green y Richmond. Pero aquella línea, la District & Circle, la misma de mi juventud, había en todos los demás sentidos desaparecido por completo de mi mente.

La ha vuelto a la consciencia, aun sólo por aproximación, el nuevo libro de poesía de Seamus Heaney. Un libro excelente que es mucho más que ese poema y, me atrevería a decir, bastante más que la suma de los cincuenta y tantos que lo componen.

Vuelve aquí el verso repleto de connotaciones, cargado de significados y onomatopeyas. La trasmutación de la palabra en sonido, en ritmo, en sugerencia. Vuelve la vida campesina en la que transcurrió la infancia de Heaney y con ella muchos elementos y personajes, oficios, fechas, ocasiones que, de no aparecer en su libro, muy probablemente habrían pasado al olvido. Vuelve también la cercanía de la tierra y la del hombre apegado a ella.

Pero también aparecen, inquietantes, los asuntos de hoy, los de la actualidad más inmediata. El 11-S (Anything can happen), la presencia de las guerras en el mundo y su correlato con las guerras de antes (Anahorish 1944, un magnífico y amargo poema sobre la guerra, pese a su aparente frialdad), la sociedad compleja y dividida por el terrorismo (The nod), un hermoso tríptico dedicado a Czeslaw Milosz, Out of this world) y una mirada irónica sobre dos enormes poetas en lengua inglesa ya desaparecidos, T.S. Eliot y Ted Hughes (Stern). Y muchos más. No parece que sea un libro cuya sugestión y los caminos que ésta marca se agoten pronto. Heaney aparece muy cercano (incluso en asuntos que no sean propiamente irlandeses) a las cosas, a su esencia. Su poesía tiene que ver con la tierra y las cosas concretas, pero sus pensamientos, expresados en forma tangencial, en forma de sugerencia a veces casi sin resalte, trascienden el provincianismo y la concreción miope y se hacen así universales en el sentido más amplio de la palabra.

Heaney dialoga en varios casos con otros poetas: Rilke, Auden, Eliot, Hughes, Seferis, Cavafis, Neruda. La riqueza del lenguaje y la alusión a otros no supone un recargamiento culto: abundan los adjetivos pero todos aluden de forma precisa a la idea o la imagen que se quieren transmitir, sin que resulte excesiva su acumulación. El viaje que da título al poema que, a su vez, titula el libro, no está lejos de ser un laberinto subterráneo, análogo, en la edad moderna, al infierno dantesco. En tal sentido, los poemas de este libro son reveladores: apuntan a una realidad que se nos oculta y que, como muchos creen (creemos) puede acaso desvelarse mediante la poesía. Quizá que ésta, cuando menos, sí es capaz de aportar un cierto conocimiento no racional e intuitivo del mundo que nos rodea, como un complemento indispensable del que nos ofrecen las ciencias y la filosofía.

La impresión que dejan muchos poemas exige volver sobre ellos. Sus palabras no son prescindibles. Nos hacen falta para que cuando el incendio del odio y del rencor devore nuestro mundo no todo lo que quede sea

ceniza telúrica y esporas de fuego consumidas.

5 comentarios:

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Estupenda reseña. Ya dan ganas de hacerse con el libro. Sabía de él porque El Cultura adelantó dos de los poemas en traducción de Jordi Doce, Allí mismo y Höfn. Ambos me parecieron magníficos.
Un abrazo.

Portarosa dijo...

Me ha gustado mucho la reseña.

Y con ella, los habituales sentimiento de culpa y complejo de superficialidad que me causa el no leer poesía se hacen más agudos. Sinceramente, no (¿ser capaz de?) disfrutar de ella me hace pensar que no llego al meollo de las cosas, que no sé leer de verdad; me parece una clara carencia.

En fin.

Un abrazo.

FPC dijo...

Se me pasó ese Cultural. De Doce me fío porque me parece muy buen traductor, aunque en algunos casos discrepe de su elección. Pero supongo que eso es lógico: deformación profesional.

Y sí, el libro me parece que merece mucho la pena. Espero que salga pronto.

Portorosa, no sé qué decirte. Una persona que escribe como tú y dice las cosas que dice... de verdad, me cuesta creer que no le saques jugo a la poesía. ¿Quizá no has encontrado tu vena? Me refiero al tipo de poema que podría llegarte con facilidad. Los hay desde muy narrativos hasta metafísicos, humorísticos o elegíacos, rimados y libres... con todos los matices posibles. Otra cosa es recomendar algún libro o autor. Pero, créeme, hay tanta poesía disponible que se me hace difícil que no puedas encontrar algún libro que te guste y te emocione.

Un abrazo a los dos y gracias por pasar por aquí.

Portarosa dijo...

Pues no sé por qué es. El otro día aventuraba una explicación a una amiga, le decía si sería porque tiendo más a lo racional, porque lo racional, lo más "racionalmente intelectual" es lo que me da más satisfacciones, y eso hace que me encuentre más a gusto en la narrativa y el ensayo. Pero supongo que es una tontería, porque hay narrativa verdaderamente lírica, sensible... No sé, no sé qué es. Otras veces tengo la sensación de que no me llevo nada de la poesía, que cuando cierro el libro no me queda poso, y llega a parecerme perder el tiempo. Fíjate que burrada; si yo mismo me doy cuenta.

Tras asistir a una lectura de sus poemas por José Hierro, cuando ya estaba bastante mal, me quedé tan impresionado que me compré su antologia de Austral, y la verdad es que me la leí casi entera. Y disfruté, pero...
Algo parecido me pasó con Miguel D'Ors; no compré nada suyo, pero escucharle leer algunos poemas suyos me encantó; los poemas me parecieron emocionante.
En fin.

Tal vez sea lo dicho antes, simplemente una falta de sensibilidad. O, siendo más generoso conmigo, una sensibilidad diferente.

Pero bueno, haré lo que pueda.

Un fuerte abrazo, y gracias por tu amabilidad.

Anónimo dijo...

Ojalá y el libro pudiera conseguirse pronto por aquí... luego de la reseña (bella entrada) dan ganas de tener el ejemplar en las manos.

Saludos.