Siempre me ocurre lo mismo. Nunca sé si debería marcharme el primero o el último. Si el primero, los demás seguirán un tanto sin mí: será una vida distinta en la que nunca tendré hueco. Si el último, sentiré la tristeza de verlos partir a todos y la nostalgia de los días pasados con ellos, del tiempo transcurrido, se hará aún más fuerte. Nunca sé qué hacer cuando se trata de despedirse.
(del diario de un jardinero, junio, ya, de 2007)
8 comentarios:
No merece la pena, jardinero, complicarse la vida con eso. Está fuera de alcance. Si has de despedirte, despídete sin más. Lo demás, vendrá.
Yo creo que lo único que arregla medianamente una despedida es quedar para la vez siguiente. Por salir del paso, digo, por si no puedes soportarlo :-)
No soy yo jugador de cartas, pero en esto de los adioses me da a mí que es conveniente retirarse a tiempo. Nunca sabe uno si la próxima será una mala mano. Y aunque fuera buena, si llevamos mucho ganado, la euforia nos suele volver poco precavidos, que es una incipiente manera de volvernos prescindibles a los ojos los demás.
Eso creo yo al menos.
Bienvenido de tus conferencias.
Un abrazo.
Gracias a los tres.
El comentario viene a cuenta de que hacía tiempo que no experimentaba esa sensación. El otro día, volviendo a casa, la sentí de nuevo. Pensé que estaría bien tratar de definirla por escrito, en lugar de sólo sentirla.
Antes me traía a mal traer, marideliwes, pero ahora la tengo controlada. ¿No tenéis la sensación (al menos, alguna vez) de que a todos nos pasa más o menos lo mismo (¡ah, la especie!) pero que como no lo contamos, creemos que somos los únicos?
Supongo que en esto, como en tantas otras cosas, las bitácoras están introduciendo aires nuevos.
Un abrazo.
Y eso que dices es cierto también, e igual de terrible, en la despedida, FPC.
Un abrazo.
Esa nostalgia del regreso la sentí el otro día, después de estar tres días en Burdeos. Uno va y vuelve y desaría vivir allá donde no vive, quizá sentir primero la sorpresa de visitar como forastero la ciudad en la que habita, desprenderse de las rutinas del vecino y luego sentir nostalgia al despedirse. Burdeos, París, Roma, Gante, Lisboa, Toledo, Cuenca, Zamora, Barcelona... ¿serían iguales estas ciudades si habitáramos en ella? ¿Convertiríamos la nostalgia en rutina?
Seguro que no serían iguales, pero creo que en algunos casos, cambiarían ciertos hábitos. Te pongo un ejemplo. Nunca he vivido en una ciudad con mar. Soy de tierra adentro. Si viviera en lugares tan distintos (por poner algunos que conozco y tienen atractivo para mí) como Gijón, Santoña, Arenys de Mar, Mazagón, mi vida sería (independientemente de mis actividades y de su tamaño) distinta sólo por eso. Igual podría decir de una ciudad monumental, o con nevadas. No aguantaría ciudades con verano perpetuo, por ejemplo.
Y otra cosa más: me llama la atención la lista de ciudades que haces. La única que no conozco es Zamora. No estoy seguro de que mi lista fuera coincidente. Londres esatría, seguro, pero a Gante opondría Leiden o Amsterdam.
Un saludo.
La lista es fruto del azar. Visité esas -sólo esas- y alguna más, por supuesto, pero quizá sólo esas me impactaron de alguna forma. De otras (San Sebastián, Oporto) me olvidé citarlas. Zamora no le defraudará. Seguro.
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