miércoles, 12 de septiembre de 2007

Big Brother is watching you

"La voz procedía de una placa oblonga de metal a modo de espejo mate que formaba parte de la superficie de la pared que había a mano derecha. Winston giró un botón y la voz se amortiguó un tanto, aunque las palabras seguían distinguiéndose. El aparato (la telepantalla, así llamado) podía atenuarse pero no había manera de apagarlo por completo" [George Orwell, Nineteen Eighty-Four, 1949. Trad. de FPC]

Ayer, parado detrás de un autobús municipal durante un semáforo que parecía eterno, volví a ver la estampa habitual. Una pantalla de televisión conectada en el interior del vehículo aunque no parecía haber nadie. Lo mismo que cuando se viaja en tren o en barco o en autocar o en avión. Igual que cuando se espera en estaciones, aeropuertos o consultas. Lo mismo que cuando se entra en el metro en Madrid (y en otras capitales) o se toma café en un bar. A veces el estrépito es ensordecedor, no hay manera de mantener una conversación sin chillar. Otras es un rumor sordo pero que no puede apagarse nunca por completo.

Recuerdo una vez en que hice un viaje en autocar con unos alumnos. No logré que mantuvieran la mirada sobre el paisaje, y algunos de sus detalles que yo trataba de explicarles, más que durante el primer cuarto del trayecto. Para el resto, ya llevaban ellos una película.

No me preocupa tanto lo que se vea (que también) como el hecho de que constantemente se vea algo. Para cuándo dejamos el momento de reposo o de reflexión, o para recogernos en nosotros mismos o, sin más, caer presos de una ensoñación, es cosa que cada vez me parece más problemática. De ahí a la alienación, claro, sólo hay un paso. Muy corto. Pero lo que más me sorprende es que esa presencia forme parte de la vida de tanta gente. Conozco personas muy cercanas, y muy queridas, que no saben vivir sin el televisor en marcha. "Me hace compañía", dicen. No sé. Las compañías no deseadas a mí me parecen indeseables. Y las voces, músicas, diálogos, anuncios y demás, de no ser elegidos, me parecen un paisaje acústico pernicioso, compañías muy poco recomendables.

No sé cómo en 1984 hubo idiotas que se atrevieron a decir que Orwell había marrado en algunas de sus profecías (así las llamaban). Ya imagino que habían leído un resumen atolondrado de la novela y no la novela misma. A mí, en cambio, lo que más me asombra, es que ya en 1949, apenas estrenada la televisión y muriéndose él de tuberculosis, supiera Orwell prever que la dichosa pantalla iba a ser un factor insustiuible en la labor de arrancarle su ser al ser humano.

7 comentarios:

Portarosa dijo...

Creo que la televisión, más que ninguna otra cosa (y sobre todo de un modo diferente a otras cosas, que en su caso es eminentemente pasivo), nos presta una realidad falsa que nos impide vivir la de verdad. Desplaza nuestra atención de nuestro entorno real a uno imaginario, sin que de vuelta traigamos nada valioso. Y lo hace, como dices, continuamente, sin descanso, en cualquier sitio, y sin criterio.
El problema ya está en el medio; no hacía falta ni que la programación fuese tan mala.

Un abrazo.

amart dijo...

Comparto (y deploro) esa falsa realidad. Lo peor no está en nosotros, los que peinamos canas, los que tuvimos una niñez en la que la tele no tenía aún capacidad de entrar. Lo peor es la casi automática transmisión de la insania de los medios a los cerebros de los pequeños. En fin...

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Horror vacui

Cerillo dijo...

La civilización lo contamina todo. Cada cual tiene sus manías, a mi me molesta en sobremanera nuestra indefección ante la música no deseada, en el teléfono, en comercios, en bancos, oficinas, áreas comerciales, en estas mismas páginas demasiado a menudo, la musiquilla de fondo

FPC dijo...

Gracias a todos por vuestros comentarios. Supongo que muchos estamos en la misma línea, pero entonces ¿cómo es posible que nuestra voz no se oiga, que se nos haga pasar por el aro de la musiquilla, de la tv, de la imposición, en suma?
Abrazos

Anónimo dijo...

yo vivo sin televisión desde hace más de tres años

Portarosa dijo...

Porque sin duda somos una minoría, FPC; una minúscula minoría.

Un abrazo.