sábado, 17 de noviembre de 2007

23 fábulas

Ayer se presentó en Logroño el número 23 de la revista Fábula, la decana de las literarias, la más longeva, como destacó su director, Carlos Villar, del mundo editorial reciente de La Rioja.

No hacen falta esos calificativos para darla por buena; su contenido la hace apetecible y cumplidora de sus objetivos no declarados: hacer posible una literatura desde esta comunidad que vaya más allá de riojanismos absurdos y de autocomplacencias. Los resultados saltan a la vista aunque queda para los lectores juzgar si la revista aporta lo debido para ser tenida por lo que quiere ser. Aun sin responsabilizarse de casi nada, como indica el disclaimer de la página de créditos, sus conductores sí desean llevarla lo más lejos posible y no sólo en números publicados. También en contenidos.

Una de las apuestas de Fábula ha sido, desde siempre, conjugar una presentación literaria con la edición de cada nuevo número. Por las presentaciones han pasado escritores de muy diversa enjundia, desde Luis Alberto de Cuenca y Bernardo Atxaga hasta Jose María Merino y Fernando Schwartz. Y la revista ha querido siempre corresponder con sus presentadores dedicándoles parte de su espacio. Ocurre así en este número ofrecido al público (escaso) ayer por el narrador Juan Pedro Aparicio y al que Fábula publica 11 microrrelatos. Siguen sus secciones habituales, dedicada una de ellas a los "Perros Verdes" (en este número Anna de Noailles) y otra a la búsqueda de un poeta (Carlos Martínez Aguirre). Aparecen críticas y recensiones de libros, algunas de las palabras de Mario Vargas Llosa al ser investido doctor honoris causa por la Universidad de La Rioja al inicio del curso presente y una desconcertante entrevista a Leopoldo María Panero. Desconcertante porque, al menos en mi primera lectura, no he dejado de sentir que las palabras dichas no valen por sí mismas. El hecho de saber algo acerca de la locura que afecta al poeta sitúa a sus palabras, sus definiciones e (incluso) sus tonterías en otro plano distinto, en el que lo expresado no es sólo lo dicho sino lo que transmite, casi sin pensar, supongo, un ser humano que sufre inimaginablemente. Lo cual, ya digo, desconcierta al lector y le hace pensar más en la persona que en su obra.

Desde aquí hay que felicitar a todos los colaboradores y autores que la hacen posible. Quizá por no caer en la autcomplacencia de la que hablaba antes merece la pena desear que Fábula no sólo siga acumulando buenos números sino que llegue todavía más lejos. Parece adecuado dar cauce a la literatura escrita por estos pagos pero la revista bien puede llegar, quizá, a otros ámbitos, abrirse a otros autores, publicar traducciones de textos poco conocidos, ahondar en los estudios sobre géneros, escritores, obras. ¿Son incompatibles ambas tendencias? Yo no lo sé, pero creo que sería interesante intentarlo. A Carlos Villar, que dirige con pulso firme e ideas claras esta revista tan meritoria, le queda mucha tarea por delante. Que no se trunque.

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