viernes, 9 de noviembre de 2007

Que le den

Siendo una calle peatonal, y esta hora imprecisa, la mujer, sesenta y muchos, anda despreocupada, en diagonal entre las dos aceras. Sólo ella y yo en este tramo sin coches. De pronto se detiene. Y empieza a murmurar cosas agitando los brazos. Una loca, pienso. Tan bien vestida. Tan apañada. Conforme me acerco, abre el bolso. Caigo en la cuenta entonces. El móvil. Y efectivamente, cuando paso a su lado, la permanente perfecta, el traje de chaqueta impecable, los labios bien pintados, el bolso de imitación a los caros, mete en el bolso su mano y busca el teléfono, ahora ya está claro, mientras habla en voz alta: "mira tú ahora, quién será, coña, que no lo encuentro, pero dónde..." y el sonido del timbre, o más bien la melodía esa que conocemos todos, tiroriro tiroriro tiroriro tiiii, deja de sonar en tanto rebusca. Y entonces, con el mismo gesto con el que buscaba en el hondón de su bolso, pastillero, cartera, pañuelos de papel, libreta de la caja, una cajetilla de rubio atisbé al pasar, le cierra la cremallera y condena el intento de comunicación diciendo: "hala, ahí te quedas, que no te puedo encontrar, que te den". Y oigo la cremallera que se cierra otra vez, y ella sigue su camino, ya por detrás de mí, camino del café con leche, el croissant y el pitillo con las amigas en esta tarde no menos imprecisa que la hora.

No deja de ser un contrasentido llevar un móvil para estar localizados y no dar con él. Paradojas, supongo. O que le den.

(del diario de un jardinero paseante de horas imprecisas, noviembre de 2007)

2 comentarios:

amart dijo...

Este, amigo FPC, es un exponente, uno más, y qué gráfico, de lo que bien podría llamarse orgía de las dependencias. Estamos llegando a un punto en el que somos esclavos de la dependencia en sí misma por encima del supuesto beneficio que nos reporta. Téngase en cuenta, si no, la llamada de atención de un equipo médico, que tras un estudio, alertó de las malformaciones que se venían observando en los pulgares de algunos jóvenes adictos al móvil, y particularmente a los SMS.
Enhorabuena por tu entrada, propia de un cronista.
Un abrazo.

Tawaki dijo...

No creo que sea un sclavo del móvil y viví estupendamente sin él hasta el 2001, año en el que por motivos de trabajo me encasqutaron uno.

Pienso que si se tiene móvil es para que tus amigos puedan localizarte. Nunca entendí a esa gente que está permanentemente sin batería, o que te devuelven la llamda a los dos días. Generalmente son los que más se enfadan si tú no respondes.

Aunque nos pese, el móvil se ha hecho cotidiano y si lo usamos debería ser con todas las consecuencias.

Dicho esto, cad uno es libre de hacer lo que quiera, claro.