miércoles, 12 de diciembre de 2007

Coartada

A veces pienso que mi profesión me sirve de parapeto.

Me crucé ayer con una chica muy joven (quizá no llegaba a 20) que hablaba por el móvil mientras caminaba con el rostro empapado de lágrimas. Al cruzarse conmigo, un pudor excesivo le hizo secarse la última que le iba cayendo, pasándose el dedo por la comisura del ojo. Seguramente le estaban diciendo que no. (Era dolor desde luego, no simple emoción). Querría saber por qué últimamente veo a tantas mujeres llorar por la calle.

Hoy el ánimo de muchos estaba alterado por aquí. Una de nuestras compañeras lucha en la UCI por recuperarse de las cuchilladas de su marido. (¿Le habría dicho que no y echó mano al cuchillo?). Cuántas lágrimas (ajenas) por no derramar unas pocas (propias).

Ahora cae la noche. Delante de mí, en una pizarra, se despliega la lista, larga, seguramente incompleta, de una serie de parques y paseos de los siglos XVIII y XIX. Forma parte del trabajo que llevo varias semanas haciendo intensamente, destinado a un libro. En la otra mitad, cuelgan los planos de la trinchera del ferrocarril, con anotaciones sobre cómo ajardinar su superficie, cómo convertirla en parque una vez cubierta.

A veces creo que esos planos en los que me dejo la vista y las fechas que no soy capaz de retener y las teorías vagas que me rondan por la cabeza y que no consigo formular, son una coartada para mantener a raya los cuchillos y las lágrimas. Para hurtarme a ellos sin derramar éstas.

(del diario de un jardinero, hoy desolado, diciembre de 2007)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me siento igual. No puedo decir otra cosa. También en la afición por el urbanismo y en ver mujeres llorando por la calle.