Un trozo de hoja de calendario, de los de taco, los que usó toda la vida, marca la página 42. A partir de ella, los versos de Jorge Manrique, que releía con frecuencia, dicen una y otra vez lo que todos ya sabemos: que nuestras vidas son ríos, que el seso debe avivarse y despertar, que la muerte se nos viene tan callando. A veces, y por estrofas, leímos con él en casa algunas de esas líneas de hace tanto tiempo y que son inmortales, ellas sí.
Hoy, una de esas estrofas, viene a cuento de la ceremonia que tuvo lugar el miércoles, un día luminoso, de sol y aire alegre, en un cementerio de pueblo:
Hoy, una de esas estrofas, viene a cuento de la ceremonia que tuvo lugar el miércoles, un día luminoso, de sol y aire alegre, en un cementerio de pueblo:
Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer,
de sus fijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio,
el cual la ponga en el cielo
y en su gloria,
y aunque la vida murió,
nos dejó harto consuelo
su memoria.
Criados no tuvo y hermanos no le quedaban: sí mujer e hijos, que allí estábamos. Y amigos, que acudieron a acompañarnos.
Memoria queda.
Memoria queda.
7 comentarios:
Un fuerte abrazo, uno más. Y el deseo de que me sepas cerca.
No tan cerca como tu amigo, pero aquí estamos. Estaremos.
Qué decir. Te aprieto fuerte el brazo. Y me quedo al lado un rato.
Aunque sepa a poco, aquí va un abrazo.
¿Vuelves?
Un abrazo muy fuerte.
Gracias por vuestras palabras y vuestra compañía, amigos. Hacen falta.
Un abrazo.
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