Aquel enero en que empecé a trabajar mi horario de lectura sufrió una reducción importante. Pasé de la vida de estudiante a la de empleado y eso me supuso, como a todo el mundo, menos tiempo libre y más cansancio. Aunque parezca mentira, había dispuesto de muchas horas en el cuartel para poder leer (el año anterior, durante aquel siniestro servicio militar, ya hablaré de mis lecturas de entonces) y el cambio al trabajo, aun liberador en más de un sentido, me medio cerró una espita que llevaba ya algunos años chorreando a modo.
El cambio llegó con la primavera. Me metí en un berenjenal de trabajo e iba por las mañanas a un sitio y por las tardes a otro. El resultado es que tenía que atravesar El Retiro (con buen tiempo no cogía autobuses ni metro, sólo caminaba por Madrid) y entre salir de un sitio y llegar al otro disponía de casi tres horas. No me compensaba ir a casa a comer y decidí tomar cualquier cosa en algunos de los bares cercanos y luego caminar plácidamente de uno a otro lugar bajo la sombra de los castaños de Indias. En esa época llevaba siempre un libro en la mano: para los trayectos en transporte público, para las esperas, para los momentos "cóncavos", como decía mi padre.
Paré por casualidad, el primer día, cerca de La Chopera. Entonces alquilaban bicis allí y había una enorme extensión abierta por la que los ciclistas inexpertos podían circular. Había también alquiler de sillas, aunque a las cóncavas horas de la comida nadie cobraba por sentarse en unas metálicas, de tijera, un tanto inestables si uno se inclinaba hacia un lado. Entre ellas y los bancos municipales de madera de patas retorcidas de hierro colado, pasé muchas horas sentado, en diversas zonas del parque, entre trabajo y trabajo, leyendo, a mitad de camino, literalmente suspendido entre el tráfico lejano, las obligaciones y el mundo exterior. Durante un par de horas, más o menos, sólo estábamos el libro y yo. Y el libro era una sucesión de ellos. Ya había leído a Borges y a Cortázar en alguna ocasión, pero en aquella primavera, y el verano hasta las vacaciones, devoré unos cuantos más de los que iba sacando Alianza, con Emecé o sin ella. Una lectura que me ensimismaba y me producía, a veces, escalofríos, era la de los relatos situados en Nueva Inglaterra, en aquellas casas de Innsmouth con aleros extraños. Hablo, claro, de Lovecraft y de su Necronomicón y algunos otras de sus narraciones.
Las horas daban para mucho. Repaso algunos títulos de las estanterías y cotejo sus fechas, con mi firma de entonces, y salen a relucir algún Joyce, varios Gide, Hermann Hesse (¡cómo no!), Mann (Las cabezas trocadas), Thomas Hardy (Jude el oscuro), Arthur Koestler (los cinco tomos de La escritura invisible) y demás (Camus, Sartre, Hamsun, Faulkner, Dos Passos), a los que iba descubriendo gracias a todas las editoriales que entonces (Franco no había muerto todavía) iban sacando cosas hasta entonces ignoradas por mí. Unos cuentecitos de Castelao y varias novelas de Aldecoa, algunas aventuras divertidas de García Pavón, Max Frisch (Homo faber), Pavese (todo lo que se podía, De tu tierra, El camarada), Svevo (el Corto viaje sentimental), Alfred Döblin y su Berlin Alexanderplatz.
Creo que nunca más he leído con esa misma intensidad, sostenida durante meses. Creo que entonces estaba descubriendo la literatura. Creo que entonces era joven.
8 comentarios:
La lista de lecturas es espléndida. Mi experiencia respecto a esos tiempos muertos -que si se aprovechan bien suelen ser de lo más productivo para la salud mental-, se corresponde con los viajes que lo largo de veinte años he hecho a diario desde Gijón a Oviedo en autobús por motivos laborales, casi dos horas cada jornada de lectura en ocasiones bajo infames lamparillas de ALSA. Consecuencias: un montón de libros gozados y una presbicia galopante (que es ese mal de ojos que tiene un nombre como de vicio rijoso).
Un saludo.
(Por cierto, no sé cuántas veces habré escuchado ya el tema de Miles Davis que has colgado: ¡¡¡precioso!!!)
El primer libro que leí fue El Vizconde Demediado, me lo regaló mi abuelo, el de aquí, quería que aprendiera que nadie es bueno bueno, ni malo malo.
Saludos
Qué bonito parece todo aquello. Seguro que disfrutaste mucho.
Incluso en un sitio pequeño como éste hay momentos de espera, y yo también llevo siempre un libro, por si acaso.
Justo ayer, cuando de noche decidí meterme con el coche por unas carreteras del medio del monte, a eso de las 12, me acordé, por motivos obvios, de Lovecraft y de esos parajes de Nueva Inglaterra que él describía como remotos y prácticamente vírgenes. Pero no vi ningún par de ojos mirándome desde los árboles del borde.
Un abrazo fuerte.
Castaños en flor, qué bellos, este fin de semana he visto unos cuantos. Tenía la misma edición de Borges. Lo malo de esas ediciones es que la mayoría (por lo menos en mi caso) se han deteriorado con los traslados y los he tenido que enviar al contenedor del reciclaje. No me quejo, ahora tengo una bonita edición de las obras completas de Borges, ya sin firma, hace años que perdí la costumbre de firmar y poner la fecha en los libros. Saludos.
Diarios: la lista responde al momento de efervescencia vivido y a lo que estaba disponible. Y sí, hoy con más conocimiento, parece buena. Respecto a Davis, qué decir: a eso me refería el otro día cuando hablaba de la emoción en contra de la opinión de A.M.M.
luna: otros títulos de Calvino estaban también en esa larga lista: "La jornada de un escrutador", "La especulación inmobiliaria" y "La nube de smog" formaban uno de esos libros que editaba Alianza. Fue mi primer libro del italiano.
portorosa: a veces, estando solo en algún lugar remoto y perdido, y no necesariamente de noche, recuerdo Innsmouth y Dunwich. Me da un escalofrío.
Neves: comparto esas pérdidas: yo también he dejado atrás muchos libros por traslados y otras zarandajas. Lo que sigo haciendo es poner fecha a mis libros, añadiendo un bonito ex libris que compré no hace mucho. Y que sustituye a otro que un buen amigo de estas bitácoras me regaló hace muchos años.
Un abrazo a todos y gracias por dejar vuestros comentarios.
¿Un ex-libris? uno de mis deseos no confesados ni conseguidos.
Yo pongo la ciudad donde lo he comprado y la fecha, y suelo escribir algo, bien relacionado con el libro, bien con el momento.
Un abrazo.
En el lugar que vivo,hay castaños de índias, con flor o sin flor, me gustan.
En uno de ellos,a poco más de un metro cuando miro, hay un nido de palomas torcaces y durante tres años he seguido el proceso de la misma pareja con sus crías.
Este año con las obras y los ruidos no han vuelto, una pena.
Saludos
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