viernes, 6 de julio de 2007

Ovación

Se pone de moda algo y ya hay que hacerlo siempre. Llevamos años (yo no lo hago nunca, pero es una cosa tan general que me incluyo) aplaudiendo tras los minutos de silencio colectivo que sirven para recordar, en funerales y entierros, a personas desaparecidas trágicamente. Puede entenderse cuando se trata de celebrar la valentía y el sacrificio de las personas muertas: en un atentado, arriesgando (y perdiendo) la vida por otras. No me parece que el aplauso sea justamente el mejor homenaje (mucho mejor me parece el silencio) pero es comprensible.

Lo que ya no me lo parece tanto es el aplauso cuando los muertos no entran en esa categoría. Por ejemplo, he oído no hace mucho salvas de aplausos por una mujer muerta a manos de su maltratador, o por unos chicos desaparecidos en un accidente de tráfico. Confieso que no lo entiendo. ¿Qué aplaudimos cuando aplaudimos en esas circunstancias?

Una sola reflexión: el minuto de silencio parece que se inventó para rendir homenaje a alguna persona fallecida sin apelar a los sentimientos religiosos, espirituales o íntimos de ninguna de las personas presentes en el acto; justamente para que no hubiera fisuras en el recuerdo, para que todos se sintieran acogidos en un homenaje que, muy justamente, es, así, colectivo. Cada cual podía hacer con su silencio, en su intimidad, lo que quisiera. Me temo que los aplausos no dejan hueco a nada o rompen esa intimidad a la que la muerte, absurda o no, nos somete.

(del diario de un jardinero, julio de 2007)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Prefiero el silencio y no romper el dolor interior...