domingo, 9 de diciembre de 2007

Bibliotecas


Nos quedaremos sin saber qué más pudo escribir Sebald antes de que un accidente de tráfico le segara la vida. Volveremos una y otra vez sobre sus textos ya conocidos para reconocerlos otra vez. Querremos que se descubran inéditos, que se nos pongan en las manos para ir a Córcega guiados por él, o a Austerlitz, o recorrer las interminables veredas y trochas apartadas de la Inglaterra rural esperando encontrar una casa, sus habitantes, miles de historias que sólo esperan un oído paciente y una simple cámara de fotos para convertirse en literatura. Esperaremos.

Pienso muchas veces que no existe la literatura como tal, como entelequia y abstracción, sino su plural, las literaturas. Claro que existen textos universales pero son los lectores los que les dan el sentido último. Son los lectores los que componen su biblioteca que, a modo de canon personal, intransferible, alimentan, sostienen, ahondan y amplían durante toda su vida.

Algunos de mis autores preferidos son nombres que hoy apenas se mencionan o se recuerdan. Sciascia y Bernhard son relativamente afortunados, su memoria persiste. Naipaul y Coetzee siguen vivos y, al menos el último, en el mejor de sus momentos. Pero otros (no hablo de los clásicos a los que todos tienen por tales) han pasado a un limbo en el que me parece ser el único (seguro que no, claro) que los atesora y los relee. Carson McCullers, por ejemplo. O Pavese. O Ray Bradbury, Michel Tournier, Primo Levi o Juan José Saer. Ya sé que no pero si hubiera de conocer a alguien y se me brindara una única oportunidad, poco menos que instantánea, de ver su casa por dentro (y seguro que también aquí me equivoco, que es pura pasión literaria) elegiría asomarme a su biblioteca, fuera un modesto estante o una habitación completa. Porque no hay dos bibliotecas iguales y el filtro que cada cual establece para componer la suya a lo largo de los años dice más de su dueño que la elección del aparador, de los azulejos del baño o del cepillo de dientes. (No me importaría tampoco auscultar brevemente su discoteca, pero ese es, literalmente, otro cantar).

Una biblioteca personal establece, como la literatura, unas correlaciones de orden extraño, insospechado, transparentes aunque no del todo, para quien la ha fundado y nutrido. Lo dice Sebald acerca del paseante extraño que fue Walser: "¿Qué significan esas similitudes, coincidencias y correspondencias? ¿Se trata sólo de imágenes enigmáticas del recuerdo, de autoengaños o engaños de los sentidos, o de esquemas que se extienden por igual sobre vivos y muertos en un orden para nosotros incomprensible?" Hay, en efecto, una urdimbre de la que formamos la trama, una armazón invisible que sólo acierta a mostrarse cuando la llenamos de sentido. Construir una biblioteca, tener una biblioteca, es, contra lo que piensan muchos ignorantes que sólo ven aburrimiento, volumen, peso, molestias de coleccionista (no saben de qué hablan), es disponer un mundo en orden, en volúmenes austeros u ornamentados, en hileras cuya pauta secreta sólo conocemos nosotros, en baldas cuyas afiniades internas sólo nosotros, y no siempre, podríamos escribir. Y quizá más que en aquellas obras de la literatura universal (que lo son porque son capaces de trascender tiempos y fronteras y culturas) todo eso se nota justamente en esas otras menores que conforman el paisaje especial, concreto y diferenciador de nuestra propia aventura lectora, de nuestra propia biblioteca personal. Libritos como este Sebald (¡ójala hubiera otros más por descubrir!) que habla de otro escritor, Walser, al que cede la palabra para explicarnos en qué medida la literatura es el lector o el lector lo es gracias a la literatura: "...no leáis siempre y de manera exclusiva esos libros sanos; acercaos un poquito a la llamada literatura enfermiza, de la que tal vez podáis sacar un consuelo vital...".

No sé si literatura enfermiza o sana (Walser tenía en mente otros asuntos), pero sí sé que el canon ha de ser el de uno mismo y hay que leer, leer, leer...

4 comentarios:

Jorge Ordaz dijo...

Mientras haya lugar en nuestras bibliotecas para autores como Walser y Sebald, sus nombres perdurarán...

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Hay un texto muy hermoso de José Luís García Martín, El festín de Alejandría, que guardo desde hace tiempo. Habla también de la lectura. Comienza así:

Cuando el hombre quiso ser como Dios, creador del mundo, inventó los libros, que multiplican el mundo. Gracias a ese ingenioso artificio de tinta y de papel podemos sentirlo todo de todas las maneras, mirar el universo con cien ojos, viajar en el tiempo, descender al centro de la tierra y al otro centro, más remoto, de nosotros mismos. Hay quienes contraponen los libros a la vida, como si la vida digna de tal nombre fuera posible sin los libros, como si los libros no fueran la más alta expresión de la vida. El buen lector ni siquiera envidia a Dios, porque Dios ya conoce todos los libros y todos los tiene en su inmutable memoria, privándose así del placer de irlos descubriendo en perpetuo deslumbramiento y del más hondo placer de releerlos.

Pase también ahora tu espléndido texto a esta personal antología de los elogios de la lectura.

Y permíteme que objete en él sólo, y acerca de lo de hurgar en las bibliotecas por conocer mejor al bibliotecario, que me temo que al hacerlo se corra el riesgo de hallar, como en el fondo de los armarios, lo conveniente y lo inconveniente. Pues no siempre se renuncia a lo que de un modo retorcido, como los renglones divinos, nos hace también como somos.

Un abrazo.

marideliwes dijo...

Un día nos enteramos de que Djuna Barnes no había recibido nunca a Carson McCullers a pesar de la insistencia de esta última. Obviamente, en nuestros estantes, pegamos los libros de una a los de la otra. Hasta ahí podíamos llegar :-)

Un gran post, Jardinero, no sé si hace falta decirlo.

FPC dijo...

marideliwes, he ahí una auténtica justicia poética: y viene a cuento con mis sentimientos de lector, porque creo que, en efecto, le lector es el que termina de crear ese munjdo literario que los autores inician. (Y bueno, ejem, vaya,,, sí, sí hace falta decirlo... uno tiene su corazoncito... y su vanidad... ejem... gracias)

diarios, sumo el texto de García Martín que me parece de todo menos tonto a la lista de declaraciones estupendas sobre libros.

Jorge Ordaz, ese es el otro papel de los lectores: en ellos y en sus bibliotecas perduran los autores.

Un abrazo a los tres.