lunes, 17 de diciembre de 2007

Necesidad del segundón



No he encontrado otro video que este y no es más que un montaje. El protagonista es el guitarrista Kenny Burrell, acompañado por el gran Tommy Flanagan al piano, Doug Watkins al bajo y Elvin Jones a la batería. Pero incluye un solo pleno de sentido y contención del recién fallecido saxo barítono Cecil Payne (1922-2007). Todos juntos tocan Don't cry baby, un blues en un tempo medio, suave y deslizante, muy en la "línea Burrell". El tema pertenece al álbum Blue moods, del año 57, y todo él va en ese estilo cool, elegante y nada estridente, que entonces hacía furor.

Oyendo esta música pienso en los segundones: todos los de este combo lo han sido en mayor o menor medida. Ninguno ha sido revolucionario en su instrumento ni en la música que han producido. Burrell ha sido un guitarrista muy apreciado pero queda lejos de las innovaciones, cada cual en lo suyo y en su época, de Wes Montgomery, Charlie Christian o Pat Metheny. Tommy Flanagan, pianista de compañía, seguro, fiable, con un swing que para sí quisieran otros muchos más afamados. Watkins ha participado en grupos de todo tipo, dando siempre una muestra de su valía en un instrumento que es imprescindible para crear la rítmica propia del jazz y que, sin embargo, se valora poco. Jones, a qué decirlo, estuvo siempre a la sombra de Coltrane y eso ya lo significa todo.

Con Cecil Payne ocurre otro tanto de lo mismo. Tocó en sus inicios con J.J. Johnson, con Eldridge, con Gillespie. Art Blakey, Tadd Dameron e Illinois Jacquet fueron otros de sus compañeros. Sin embargo, sus actuaciones y grabaciones fueron descendiendo lentamente a partir de los años 70. Su instrumento, el saxo barítono, aunque también tocaba el alto y la flauta, no era, quizá, del gusto del free jazz. Ese enorme mamotreto que no sólo hay que mantener más o menos vertical para tocar sino que requiere un juego diafragmático excepcional para sostener la columna de aire, fue su medio de vida. Cuando se le oye divagar por esas notas graves y reconfortantes que casi ningún otro instrumento obtiene con semejantes claridad y redondez, hay que agradecer que, de vez en cuando, casi sin saberlo y sólo por vocación, un músico decida que va a hacer lo que sabe sin importar el lugar que ocupe ni el puesto que le reserve la historia. Sólo porque le gusta, lo quiere, necesita hacerlo o tiene que ganarse la vida. Como nosotros, que los necesitamos a todos ellos. ¿Cómo serían nuestra música y nuestro mundo sin estos magníficos, imprescindibles, casi desconocidos, "segundones"?

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