martes, 22 de abril de 2008

Perplejidad

Aparcamiento de La Concha, día ventoso pero soleado. 19'30 de un viernes. Varias personas aguardan su turno para pagar en el cajero automático. Una madre francesa introduce las monedas mientras no deja de reprender a su hijo, ya cansado a esas horas; paga con tarjeta, casi sin mirar a la máquina. Se comprende: en todas partes son iguales. Una pareja británica habla quedamente. Al llegar su turno realiza el pago sin dejar de hablar; no es difícil: la máquina recibe el tique por la única ranura posible, indicada con una imagen a escala reducida del tique (raya negra, cuadradito negro), ofrece en pantalla un número acompañado del símbolo del euro y devuelve los cambios o la tarjeta de crédito, según. Delante de mí, le toca el turno a una señora. Pulsa la tecla del cambio de idioma: marca la ikurriña. Realiza su operación. Me toca a mí. La ikurriña sigue ahí: introduzco mi tarjeta, aparece mi importe en euros, la máquina me da las vueltas. Me ha entendido a la perfección.

Afuera sigue el ventarrón y el mar, en retirada, habla en su idioma, ese que a todos acuna pero que nadie entiende.

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