domingo, 13 de julio de 2008

Las vueltas de la vida


...de pronto era el tren de la infancia,
el humo de la madrugada,
el verano alegre y amargo

PABLO NERUDA, Sueños de trenes


Ocupado en soterrar el tren y ganar, a la vez, un paisaje (a veces pienso cómo se me ocurrirán a mí estas cosas) no tendré mucho tiempo en los próximos días para recalar por aquí. Ya se sabe, vacaciones de docente. Porque lo cierto es que los amigos que vienen y otros nuevos que conoceré estos días harán del curso y sus trabajos una vacación.

Me acordaba esta mañana de mi abuelo materno, mi padrino, muerto hace mucho, señor serio y algo tirano por lo que oigo. Conmigo era severo y me hacía dibujar prestándome su compás, su bigotera, sus reglas, cosa impensable para otros nietos. Era ingeniero y trabajó toda su vida en ferrocarriles: lo que quiere decir que se jubiló en la RENFE, unificación de los diversos ferrocarriles de ancho ibérico en los años cuarenta. Fue él quien me inculcó el amor a los trenes, lo que para mí es casi un estilo poético, una preferencia para viajar y ver el paisaje, una invitación a la aventura, una muestra más de la inquietud humana: ver huir el paisaje y las gentes envueltos en humo, alejándose uno mismo en medio del estrépito. O ver pasar esa culebra perezosa y traqueteante entre lomas secas y siguiendo la curva abanicada por los chopos de un río invisible. Cruzar un puente metálico sobre el agua verde flanqueada de juncos y carrizos o atravesar un túnel negro como el betún. Sentir la incertidumbre de lo que aparecerá más allá. Experimentar un estremecimiento oculto, imperceptible para los demás, cuando se oye un silbido lejano, o la carretera cruza una vía y hay que detenerse en un paso a nivel para aguardar a que un tren bobinero, sucio, lleno de grafitis, tirado por una locomotora ruidosa y como avergonzada deje libre, otra vez, la carretera. Trenes rigurosamente míos gracias a un abuelo severo y, al decir de algunos, nada simpático. No le recuerdo yo así.

Confío en que no le parezca un sacrilegio esta aventura mía de soterrar el tren y de cubrirlo con un jardín. Vueltas que da la vida.

(del diario de un jardinero ocupado, julio de 2008)

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