lunes, 19 de marzo de 2007

Vita brevis

Llevo algunos días sin entrar en esta bitácora porque las circunstancias así lo mandan. El jueves fui a Santander, a repetir la presentación del libro Más relinchos de luciérnagas, de Carlos Villar, publicado por La sirena del Pisueña, una editorial ya no reciente y con una ejecutoria encomiable, editora de poetas cántabros. La presentación fue bien pero, para mi gusto y el de M., que me acompañó, lo mejor vino después. De la mano del director de esa sirena, Fernando Gomarín, nos fuimos a cenar a las tantas. Hubo chascarrillos y coplas (él es etnólogo y se las sabe todas) y todos los amigos presentes hicieron de esa noche algo inolvidable. Terminamos a las 4 dando vueltas en un coche viendo la capital por la noche, acercándonos al mar para oirlo respirar.

Además de los libros que me regaló F.G. (ya traeré alguno por aquí) pasée con M. al día siguiente por Santander. Al pasar por la librería Estudio no pude resistirme y todavía adquirí algún volumen más. En estos tiempos de Internet en que (casi) todo se puede comprar a distancia, entrar en una librería y comprar aquello que no he encontrado en otra y que (sé que no es así) creo que no voy a poder hallar más que en ésa, me produce un placer indecible.

El sábado cenamos con A. y A., con los que estamos viéndonos mucho últimamente. Son cálidos e interesantes. Además de sus continuos viajes y lecturas, de su profesión de arquitectos tienen un teatro en Madrid, que este año celebra su centenario. Andan atareados con el catálogo de una pequeña exposición que van a montar y organizando actos para acompañarla. También terminamos tarde y parece que en su editorial La pájara pinta (últimamente sólo me relaciono con editoriales zoofílicas, parece ser) podrían publicarme unos versos. Ya veremos.

Ayer, domingo, celebraban unos amigos sus veinticinco años de casados, aunque era seguramente más importante el hecho de haber recuperado su casa después de una desastrosa inundación. Más que recuperarla la han rehecho y han reorganizado estanterías y espacios para que su vida, que ya giraba en torno a los libros y la música, se vea entreverada día a día con todos esos objetos. Han utilizado maderas claras, han quitado puertas o las han integrado, correderas, en las paredes, han dispuesto estanterías y baldas para sus decenas de esculturas y recuerdos, traídos de todo el mundo, de pequeño tamaño. Las paredes libres, hay unas cuantas, albergan cuadros estupendos, todos actuales y muchos dedicados. Lo mejor, como de costumbre, fue que P. y M. se las arreglaron para reunir a un buen puñado de amigos con los que, desde la hora del aperitivo, estuvimos hasta bien pasadas las siete y media. Hubo tiempo de todo: comentarios a fondo, puestas al día, risas y bromas, muchos recuerdos. Yo en esto soy un recién llegado porque, en realidad, son todos amigos de muchos años de M. (los dos llevamos poco tiempo juntos) pero me han acogido tan bien que ya los considero amigos míos. Mi única extrañeza consiste en que apenas tengo pasado con ellos, no más de un par de años. Eso hace que el presente, sin condicionantes previos, sea importante. Lo que sí espero, sin embargo, es tener mucho futuro.

Para rematar la faena, J. y M. vienen esta tarde a hacer en casa una merienda. Jamón, huevos fritos con patatas, una botella de vino. Hace tiempo que no los vemos y J. disfrutará con un pequeño obsequio que le tengo preparado y que tiene que ver con la música brasileña, que le enloquece. A las doce, cada mochuelo a su olivo, que luego al semana viene cargada de líos y reuniones.

Me digo a mí mismo, después de escribir todo esto, que no voy a tener tiempo para leer tanto ni tratar a tantos amigos todo lo que quisiera. Quizá la felicidad se encuentre no tanto en el cumplimiento como en los anhelos. Si es así, soy muy feliz.

1 comentario:

DIARIOS DE RAYUELA dijo...

Pocas cosas son tan agradables que esos ratos en compañía. Una muy cálida entrada. Un abrazo.